ANTANANARIVO. La explanada de la tierra roja del campo de Soamandrakizay es barrido por un viento fuerte cuando Francisco inicie sesión con su papamóvil llegar especialmente a Antananarivo desde Roma. El invierno en Madagascar puede ser fría y dura. Saber a la gente que viene a darle la bienvenida, un millón en todo, la humanidad de una ciudad sufrimiento de la gente a su alrededor, gritando, cantando, pero también mostrando toda su fragilidad: el 56 por ciento de los habitantes viven por debajo del umbral de la pobreza con el equivalente de 3 céntimos de euro por día a pesar de que el País es rico en recursos naturales, la biodiversidad, la cual es única en el mundo.

Francisco, que ayer a su llegada de Mozambique, en la mañana de la salida de las Islas de Mauricio) había confiado a sus colaboradores, a lo largo de en el coche por las calles de la ciudad, que ella nunca se habría imaginado tal miseria, él habla en su homilía de la gente, se pone de su lado: «vamos a Mirar alrededor de nosotros – dice –. Cuántos hombres y mujeres, los jóvenes, los niños sufren y son totalmente libres de todo! Esto no es parte del plan de Dios». Pero el cristiano, advierte, citando una homilía del año pasado, «no puede permanecer de brazos cruzados, indiferente, o los brazos abiertos, fatalista, no. El creyente estira su mano, como Jesús lo hace con él».