La ilusión persiste. Bielorrusia, gobernada desde 1994 por el autócrata Alexander Lukashenko, celebra este domingo 25 de enero elecciones legislativas. Deben renovarse 110 miembros de la cámara baja de representantes. Hay pocas dudas sobre el resultado de la votación. “De los dieciséis partidos registrados oficialmente antes de las elecciones presidenciales de 2020, sólo cuatro siguen autorizados. Y compiten en lealtad al gobierno”, subraya con acidez Pavel Slunkin, diplomático bielorruso en el cargo de 2014 a 2020. Ese año, Alexander Lukashenko proclamó su victoria con el 80% de los votos. Su oponente, Svetlana Tikhanovskaïa, no reconoce los resultados y manifestaciones muy significativas sacuden el país.

Alexander Lukashenko reprime ferozmente cualquier deseo democrático. Su oponente huyó a Lituania y formó un gobierno en el exilio, apoyado de labios por Occidente. Francia, sin embargo, denunció “elecciones fraudulentas”. Casi 500.000 bielorrusos, incluida la mayoría de la élite, están huyendo del país, principalmente a Polonia. En 2022, el autócrata aprobó, también con el 80% de los votos, un referéndum constitucional que impide a un candidato presentarse a la presidencia si ha residido en el extranjero en los veinte años anteriores a las elecciones. Disposición que, por tanto, prohíbe la presencia de Svetlana Tikhanovskaïa.

Por tanto, el suspenso por estas elecciones legislativas es bastante moderado. Sobre todo porque después de 2020 continuó la represión política. Según la asociación de derechos humanos Viasna, 1.420 presos políticos están encerrados. “En las últimas semanas se ha producido un pequeño aumento de las detenciones”, señala Ronan Hervouet*, sociólogo de la Universidad de Burdeos. Sobre todo porque un cierto número de familias, difíciles de identificar, no quieren calificar a su ser querido encarcelado como “preso político” por temor a los malos tratos que podría resultar.

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Para estas elecciones, los partidarios de Alexander Lukashenko se presentan directamente bajo la etiqueta del partido Belaïa Rous. El autócrata, al igual que su homólogo ruso, siempre ha sido un candidato independiente. “Bielorrusia será testigo de un ritual político organizado por el gobierno en el que todos los actores serán 100% leales al régimen, pero si, virtualmente, se presentan como de otro partido”, añade Pavel Slunkin, quien recuerda que “de 10 a 15 personas son arrestados todos los días.

Bielorrusia y su vecino ruso firmaron un tratado en 1999 que creó una unión de los dos estados, con una autoridad suprema, un Parlamento e incluso una cámara de auditoría. Estas instituciones algún día deberían permitir la fusión de los dos países en una entidad confederal. A principios del pasado mes de abril, pocos días antes de la reunión de los dos jefes de Estado, se reveló oportunamente un documento de los servicios secretos rusos que preveía una toma de poder de Bielorrusia en 2030. “2030 parece un horizonte interesante, porque Alexander Lukashenko está envejeciendo. Pero la situación en Rusia, como en Bielorrusia, es tan caótica que es imposible predecir incluso el final del año”, afirmó Samantha de Bendern, investigadora especializada en Rusia en Le Figaro Chatham House.

Los vínculos, a la espera de una fusión, se están estrechando. Rusia anunció que quería instalar armas nucleares en territorio bielorruso, utilizó el país como base de retaguardia para su invasión de Ucrania y envió allí a los mercenarios rebeldes de Wagner. “Bielorrusia ya no es una nación soberana, depende al 100% de Rusia”, se queja Pavel Slunkin. Si Vladimir Putin no muestra por el momento ninguna inclinación anexionista hacia Bielorrusia, el margen de maniobra de Alexander Lukashenko se está reduciendo gradualmente. Hasta ahora intentaba bailar un tango peligroso entre Occidente y Rusia. Pero las sanciones occidentales contra su régimen lo empujan a los brazos rusos.

*Ronan Hervouet es el autor de La revolución suspendida. Bielorrusos contra el Estado autoritario publicado por Pleins Jours (2023).