Enviado especial a Marsella

Quiere “evitar el hundimiento de la civilización”. El Papa Francisco, este sábado por la mañana en Marsella, subrayó «el derecho tanto a emigrar como a no emigrar», según la enseñanza clásica de la Iglesia que se basa en dos ejes: acoger, por un lado, al migrante en dificultad que llama a la puerta y hace todo lo posible, por otra parte, a través de la ayuda al desarrollo, para que cada uno pueda vivir y permanecer dignamente en su país de origen. Pero el jefe de la Iglesia católica dio sobre todo su visión del futuro de Europa ante este problema migratorio.

Para él, “la solución no es rechazar sino garantizar, según las posibilidades de cada uno, un gran número de entradas legales y regulares, duraderas gracias a una acogida equitativa por parte del continente europeo, en el marco de ‘ colaboración con los países de origen.’ Un llamamiento que hace cada vez más urgente en los últimos meses a las instituciones europeas, porque la Iglesia constata que los países ya no pueden hacer frente solos al flujo de inmigrantes. Desde este punto de vista, la experiencia del gobierno Meloni en Italia, que prometió frenar el fenómeno de los inmigrantes sin conseguirlo desde entonces, hizo dudar al Vaticano, que llegó a la conclusión de que son las instituciones europeas las que deben coordinar la política migratoria.

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El Papa insistió así: “Quienes arriesgan su vida en el mar no invaden, buscan hospitalidad. En cuanto a la emergencia, el fenómeno migratorio no es tanto una emergencia momentánea, siempre buena para suscitar propaganda alarmista, sino un hecho de nuestro tiempo, un proceso que afecta a tres continentes alrededor del Mediterráneo y que debe gestionarse con sabia previsión, con Responsabilidad europea capaz de afrontar dificultades objetivas”. Pero François, de 86 años, quiso ir aún más lejos para intentar convencer a quienes piensan que hay demasiados inmigrantes en Europa, anunciándoles una «tragedia» si intervienen ante estas llegadas.

En un discurso muy político, dijo: “Decir “basta” es, por el contrario, hacer la vista gorda. Intentar “salvarte” ahora se convertirá en una tragedia mañana”. Llega incluso a pensar que “las generaciones futuras nos agradecerán haber podido crear las condiciones para una integración esencial. Nos acusarán de haber favorecido sólo asimilaciones estériles”. Para él, de hecho, “la integración es difícil, pero clarividente”. Cualesquiera que sean las “dificultades de acogida, protección, promoción e integración” que están “ante los ojos de todos”, el Papa no ve otra salida que acoger a los inmigrantes. “La integración prepara el futuro que, nos guste o no, sucederá juntos o no; la asimilación, que no tiene en cuenta las diferencias y permanece rígida en sus paradigmas, hace prevalecer la idea sobre la realidad y compromete el futuro al aumentar las distancias y provocar la guetización, que engendra hostilidad e intolerancia”.

Resumió su pensamiento en una frase: “Necesitamos la fraternidad como necesitamos el pan”. Por tanto, es necesario que el “mare nostrum”, expresión latina que designa el mar Mediterráneo, no se convierta en un “mare mortuum”, concluyó el Papa: un mar de muertos. “El Mediterráneo, cuna de la civilización, no debe transformarse en una tumba de la dignidad”. Finalmente, abogó por que “el Mediterráneo vuelva a convertirse en un laboratorio de paz. Porque esa es su vocación: ser un lugar donde diferentes países y realidades se encuentran desde la humanidad que todos compartimos, y no desde ideologías contrapuestas”.

Antes de añadir, finalmente: “Sí, el Mediterráneo expresa un pensamiento no uniforme ni ideológico, sino poliédrico y adherente a la realidad; un pensamiento vital, abierto y conciliador: un pensamiento comunitario. ¡Necesitamos esto en las circunstancias actuales, donde los nacionalismos arcaicos y belicosos quieren destruir el sueño de la comunidad de naciones!