Como dice el refrán, las palabras vuelan, los escritos quedan. Pero a veces, los escritos se convierten en palabras antes de descansar nuevamente en el papel. Este es el recorrido de unas cuarenta columnas preparadas y difundidas en la radio por el filósofo Jérémie McEwen, en el marco del programa C’est fou…, junto al fallecido Serge Bouchard. En una colección con la filigrana de un homenaje luto a este último, el pensador vuelve a exponer sus reflexiones ancladas en la actualidad, al tiempo que detalla los vínculos forjados con el antropólogo, tanto en micrófonos abiertos como cerrados.

Inevitablemente, muchos sujetos los mantuvieron alejados. Bouchard, el intelectual con un sombrero inspirado en el bosque, McEwen, el pensador con una gorra imbuida de urbanidad. Pero una vez reunidos alrededor del micrófono, junto a Jean-Philippe Pleau, fue la alegría de pensar lo que tomó prioridad; de ahí el título del ensayo. Invitado regularmente, de 2017 a 2021, a hablar en esta ventana de radio en las ondas de ICI Première, «la única hora mediática dedicada a la reflexión» y donde «la reflexión no excusa el pensamiento», el filósofo confía en la complicidad mantenido con el fallecido, que lo había considerado como el sucesor natural de su asiento en el programa.

Llegados a este punto, aclaremos las cosas: a pesar de una portada y un subtítulo que podrían sugerirlo, la mayor parte de la obra no se centra en Serge Bouchard y sus comentarios, sino en un conjunto de reflexiones desarrolladas bajo su amable mirada. Allí encontramos decenas de crónicas minuciosamente preparadas por McEwen, que sirvieron de base para sus intervenciones en C’est fou…, y luego readaptadas en forma de textos recopilados. En un formato de capítulos apretados, como exigen los medios, aborda todo tipo de temas, desde el concepto de orden al de anarquía, pasando por la relación con la lectura, pasando por la locura, el dinero y los extraterrestres. Quizás te hayas avergonzado de la última palabra, lo que da una sensación de frivolidad, pero ten la seguridad de que todas estas exploraciones se basan en un enfoque que combina seriedad y entusiasmo.

“Estaba pensando en todo esto mientras escuchaba el programa American Ninja Warrior. Sí, me gusta escuchar este tipo de tonterías tanto como leer a [Walter] Benjamin para entender mi continente”, escribe al final del capítulo que analiza la violencia.

Dejemos que el lector descubra estas reflexiones que podrían permitir a quienes están disgustados por los adoquines y el tono monótono de Kant reconciliarse con una filosofía de una forma mucho más digerible, sin sacrificar su seriedad. Estas intervenciones están marcadas por tres textos que rinden homenaje a Serge Bouchard, abrazando la evolución de su relación, con el micrófono dentro o fuera del aire. Su lado pícaro y su gusto por el histrionismo, no siempre públicamente evidente, o el misterio de su posicionamiento en el espectro político. El respeto mutuo que se tenían el uno por el otro, incluso si sus visiones del mundo contradictorias o sus valores generacionales irreconciliables podían a veces socavar su comunión intelectual; sus respectivos enfoques sobre el racismo sistémico expusieron, por ejemplo, una profunda división entre ellos.

Joy of Thought reúne así no textos esencialmente centrados en Serge Bouchard, sino frutos de reflexiones en las que tuvo su parte de complicidad. Al leerlo, uno no puede dejar de preguntarse si el filósofo no habría heredado una de las más bellas cualidades que atribuye a su difunto amigo, es decir, haberse convertido en una “voz que logra hacer un tour de force para hacernos olvidar que es un intelectual».