Los australianos comenzaron a votar a principios de esta semana para un referéndum histórico sobre los derechos de los aborígenes destinado a darles “voz” en el Parlamento.
La votación se abrió el martes (3 de octubre) en gran parte de Australia para que aquellos que no estén disponibles para votar en el referéndum del 14 de octubre puedan votar sobre una reforma que reconocería por primera vez a los pueblos indígenas en la Constitución.
La propuesta, llamada “La Voz”, también daría a los aborígenes y a los isleños del Estrecho de Torres el derecho a ser consultados en el Parlamento sobre las políticas que les afectan.
Pero las encuestas indican que una minoría de votantes apoya la reforma. Afuera de un colegio electoral en el centro de Sydney, activistas de ambos lados reparten folletos. Un partidario de la reforma escribió “sí” con tiza en la acera. “Quiero reconocer a los primeros australianos”, afirma Karen Wyatt, de 59 años.
Trevor Veenson, un enfermero de 36 años, votará “no”. “Para mí divide, causa más problemas de los necesarios”, subraya. Los partidarios del “no” creen que la reforma añadirá una capa de burocracia y concederá privilegios a los aborígenes.
Los colegios electorales abrieron el martes en Nueva Gales del Sur, Queensland, Australia del Sur y el Territorio de la Capital Australiana, Canberra. Habían abierto el día anterior en el resto del país.
Según encuestas recientes, algo más del 40% de los votantes está a favor del “sí”, mientras que alrededor del 60% está a favor del “no”. Una encuesta de Guardian Essential publicada el martes indica que la tendencia hacia el voto por el “sí” está creciendo, pero sigue siendo minoritaria.
La bibliotecaria Yasmin Tadich, de 50 años, espera que haya una “oleada” de reformas. “Es hora de reconocer la cultura más antigua del mundo (…) Debemos acoger y valorar a los pueblos indígenas de las Primeras Naciones”.
Los aborígenes australianos, cuyos antepasados han vivido en el continente durante al menos 60.000 años, representan menos del 4% de la población.
Estadísticamente tienen vidas más cortas y pobres que sus compatriotas, una educación más básica y tienen muchas más probabilidades de terminar en prisión.