Alain Policar es investigador asociado del Centro de Investigaciones Políticas Sciences Po (Cevipof) y miembro del Consejo de Mayores de Laicismo y Valores Republicanos, desde el 14 de abril de 2023.

En una columna publicada por Le Figaro el 19 de abril, Xavier-Laurent Salvador presta a Pap Ndiaye el deseo de «deconstruir el Consejo de Ancianos del laicismo». En su mente, como lo demuestra el coloquio de enero de 2022 en la Sorbona y el libro que resultó de él, deconstruir significa destruir. Y yo sería el síntoma de esta voluntad destructiva. Para establecer su demostración, el autor de este texto procede de insinuaciones maliciosas y/u oscuras.

Así, en un discurso sobre el color, juega con el equívoco del término, y se pregunta: «Por cierto, ¿de qué color es el señor Policar?». Además del hecho de que moviliza una imaginación poco republicana, tenemos derecho a preguntarnos sobre la naturaleza de la respuesta sugerida. Lo sigue siendo, cuando interpreta mi nombramiento como un reflejo de cómo sería el éxito en la Francia del siglo XXI. ¿Está sugiriendo que es nepotismo? Si es así, ¿sobre qué base basa este juicio? Y, por implicación, ¿está insinuando que yo no tendría legitimidad para sentarme en este Consejo? ¿Cuáles son las habilidades del señor Salvador en el campo de la laicidad o de la discriminación para que pueda juzgar la validez de mis análisis, él que no ha producido ni un artículo ni un libro en este campo de investigación?

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Entonces la pregunta esencial es: ¿qué querría destruir? Ciertamente no el laicismo al que estoy, sin reservas, profundamente apegado. No más que el universalismo que defiendo incansablemente en todos mis textos, especialmente frente al relativismo, ya sea cultural, cognitivo o moral, que me atribuye el señor Salvador. Además, no sabría orientarme en el pensamiento sin este postulado universalista. Pero sé que mis negaciones cuentan poco en la arena pública donde, durante demasiados años, las invectivas han reemplazado al debate.

No renuncio de todos modos a entregarme al ejercicio de aclaración a que me someten los excesos del señor Salvador. Se podría escribir, con razón, que la laicidad instituida por la ley de 1905 es de abstención. Sin embargo, si la pacificación es su principal objetivo, no es el único. La ley también expresa la idea de la emancipación por la razón. A nivel legal, por lo tanto, está en parte vinculado con la filosofía de la Ilustración. Si nos centramos en el primer aspecto, la laicidad se entiende como un principio jurídico. Si privilegiamos la segunda, adquiere un alcance político, y los contornos de su aplicación se vuelven sujetos de controversia. El choque entre estas dos dimensiones -pacificación y emancipación- está, pues, en el origen de muchas de nuestras disputas actuales.

Todos los protagonistas coinciden en el derecho, permitido por el laicismo, y ofrecido a todos los ciudadanos, de invocar la libertad de conciencia. Es este derecho el que garantiza la existencia misma de una comunidad política. Sin embargo, debido al aumento, entre 1905 y hoy, de la diversidad cultural, el riesgo del comunitarismo, es decir aquí del estallido de la unidad del derecho, ha llevado a un endurecimiento de posiciones. La dimensión de la emancipación ahora es reivindicada principalmente por aquellos que desean hacer del estado el último protector contra la influencia de la comunidad. En esta concepción, el laicismo sirve de voladizo a todas las formas de pertenencia.

Algunos, incluido yo mismo, estamos preocupados por los riesgos de esta posición: hacer de un principio jurídico un valor de identidad es sospechar que una parte de la población se aleja de las referencias comunes de la sociedad francesa. Todo indica que los miembros del Consejo son plenamente conscientes de este peligro. Sólo la estimación de su importancia puede ser objeto de debate.

Me parece que el riesgo de identificar el laicismo se reduciría mucho si usáramos los recursos de la filosofía de la tolerancia (que a veces, olvidando a Bayle, Voltaire, Castellion o Spinoza, presentamos, blandiendo el espantapájaros del multiculturalismo, como exclusivamente anglosajones). Sajón). Es la libertad de conciencia, y el correlativo escepticismo, lo que exige rechazar la intolerancia (no puedo desarrollar este punto aquí). La tolerancia consiste en abstenerse de intervenir en la acción u opinión de otro, aunque se tenga el poder para hacerlo, y aunque se desaprueba la acción u opinión de que se trate. Hay que tener en cuenta que el acto tolerado produce un rechazo, lo que induce una tendencia a prohibirlo: no hay por tanto tolerancia sin desaprobación previa. El sentido mismo de la tolerancia exige la existencia de razones sólidas y estables para rechazar la conducta tolerada. El Consejo se ha dedicado a examinar estas razones y, sin duda, seguirá en esta dirección. Al hacerlo, muy probablemente podrá pensar en las condiciones para superar la oposición entre abstención y emancipación. Así me imagino mi aporte.