François Belley es publicista, ensayista y experto en comunicación política. Su trabajo se centra en el estudio y crítica de las imágenes políticas, mediáticas y digitales. Acaba de publicar una nota para el Instituto Diderot titulada “El político frente a los dictados de la industria de la comunicación”.

En la matriz socio-mediática donde todo debe ser visto, revisado, compartido y comentado, la aparición de la política -como primer objeto de contemplación de las masas- se convierte por principio en «una secuencia» que denominamos de facto «imagen de el día” por la necesidad de clics y calificaciones. Lógicamente, los pitos que rodearon la aparición (como era de esperar) de Emmanuel Macron en la inauguración del Mundial de Rugby en Francia no son una excepción a esta regla. Eso sí, los pitos no duraron. Pero resonaron lo suficiente como para convertirse en un hashtag consumible y monopolizar los primeros lugares en Trendtopic. Si reflejan la manifiesta impopularidad del jefe de Estado, estos pitos son interesantes. Porque también muestran los límites del dictado del “com” y de la aparición continua como modo de gobierno.

Mañanas de radio entre las 7 y las 9 horas; entrevista dúplex entre el mediodía y las dos; debate en las plataformas de acceso a partir de las 18 horas; transmisión en vivo desde una cuenta de Twitch o canal de YouTube a las 8 p.m.; invitación a programas de entrevistas a las 23 horas, retuits y tuits finales a medianoche: en la era de la hipercomunicación y del discurso continuo, la política se ha convertido en nada más que una apariencia, el efecto de anuncios y comentarios. En el centro de toda la atención ahora, el político, siempre el primero en el evento, nunca abandona la pantalla y su pancarta desplegable. Corresponsable del ruido permanente, hoy se ha convertido en el igual del consultor, del presentador o del experto en escena: aparece y luego gira sobre sí mismo. Es un hecho: en una época de ultrapersonalización del poder, la aparición de la política, desde el Elíseo, en un campo de fútbol, ​​en Pif Gadget o en directo en Instagram, ya no tiene nada que ver con lo excepcional. Tanto es así que hoy todos los contenidos “políticos” son iguales.

Resultado. Al exponerse y hablar demasiado, al gobernar sólo a través de imágenes, comunicaciones y palabras, la política acabó por no ser audible y el discurso público perdió inevitablemente su valor y su crédito. Además, a través de los silbidos contra Emmanuel Macron, es la figura misma del político la que hoy se cuestiona públicamente cuando no se la simplemente rechaza.

En realidad, los políticos hoy pagan en efectivo por este exceso de «com» que distancia a los ciudadanos, enajena las ideas y perjudica a la clase política. Los pitos en el Estadio de Francia, resultado de una sobreexposición, también se explican, en mi opinión, por razones de comunicación. No sólo político. Si esta banda sonora ilustra evidentemente un rechazo ligado a la sustancia (pensiones, poder adquisitivo, inflación, inseguridad, etc.), los silbidos probablemente también atestiguan un rechazo ligado a la forma del emisor (saturación del espacio mediático, dictado del remate, verticalidad de la comunicación, etc.): una forma que, además de haber canibalizado definitivamente su presidencia, tiende al final a dar más bien la ilusión de acción y de decisión.

Los pitos en el Stade de France no son nada triviales. En el corazón del recinto diseñado para el juego y el entretenimiento, resuenan como una señal de alerta para Emmanuel Macron, y más ampliamente también para todos los profesionales de la llamada comunicación política, que ahora sólo existe en forma de espectáculo, puesta en escena y auto promoción.

Practicado por todos, el “com” por el “com”, a menudo predecible, parece obsoleto e incluso contraproducente. Bien conocidos por el público que, en el mejor de los casos, los disfruta y, en el peor, los denuncia inmediatamente en las redes sociales, los viejos trucos del marketing ya no funcionan. Y eso es bueno.

Además, para los políticos y sus asesores que se encuentran al pie de los silbatos y de la crisis de la democracia, ha llegado el momento de la moderación, del silencio, incluso de la rareza que tanto aprecia Jacques Pilhan. La cuestión aquí no es quedarnos en silencio sino desde ahora aparecer y hablar cuando tengamos algo fuerte y útil que decir para ser esperados y deseados nuevamente. Es decir, se está optando por la regla de las tres M en comunicación: Menos Pero Mejor. El político tendrá que hacer su aggiornamento y superar su obsesión por la apariencia mediática, dictada por la actualidad, las emociones y el corto plazo. Si el político quiere evitar en el futuro la bronca digna de un clásico (por ejemplo durante la ceremonia olímpica de París), tendrá que pensar en salir lo antes posible de la matriz de la pantalla, la que hace del El político moderno es, ante todo, el hombre de la noticia, del remate y del comentario.

En un mundo multicrisis, inestable e incierto, el ciudadano no espera rumores, flashmobs o acontecimientos sino una visión, una dirección y un proyecto común, las únicas materias primas posibles para un discurso público sólido, sensato y útil. La salvación de la comunicación política y, por tanto, de la función de funcionario electo no vendrá de las salpicaduras y los efectos de los anuncios, por muy bien guionados, vistos y comentados que sean, sino sólo de acciones bien ancladas en la realidad y en la “vida real”.