En la pequeña isla bretona de Béniguet, frente a la costa de Finisterre, los arqueólogos esperan hablar de los residuos domésticos atrapados en la duna desde la Edad del Bronce. Un desafío que es a la vez científico y humano. “Producimos basura de personas que vivieron allí hace 4.000 años”, explica Yvan Pailler, arqueólogo de la Universidad de Bretaña Occidental (UBO), frente al lugar de la excavación. “Esto nos permitirá analizar su economía, cómo vivían, saber qué especies animales criaban…”
Desde 2021, se concede una autorización excepcional para excavaciones en este islote de 60 hectáreas del archipiélago de Molène, clasificado como reserva natural desde 1993 y, por tanto, de acceso prohibido. Al borde del agua, en un cuadrado de unos pocos m2 excavado en la duna, estudiantes y arqueólogos exploran una enorme masa de conchas, atrapada por la duna durante milenios, antes de quedar expuesta por una tormenta en 2014. El sitio contiene varias capas de detritos , distribuidos en estratos, los más antiguos de los cuales se remontan al Neolítico.
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La especie más extendida en este montón de detritos ancestrales es la lapa (o lapa), esta famosa concha con forma de sombrero chino. Este pequeño gasterópodo pastoreador que vive en costas rocosas ha sido consumido por los isleños durante milenios.
“Podremos utilizar estas pequeñas lapas como archivos climáticos y rastrear la historia ambiental y climática de la región”, subraya Jean-François Cudennec, biólogo marino, que dedicó su tesis a las lapas encontradas en este sitio.
Analizando las conchas es posible esbozar la historia de las mujeres y los hombres que las recogieron. “Podemos determinar la temperatura del agua justo antes de la muerte del animal”, explica Jean-François Cudennec. “Esta información nos dará la temporada en la que estas personas iban a pescar la lapa”. Esto permite entonces conocer “la estacionalidad de la ocupación del lugar” porque “si tenemos lapas recogidas durante todo el año en los montones, eso significa que había gente allí todo el año”, añade el investigador.
A lo largo de los siglos, se han identificado períodos de ocupación episódica o de larga duración. “Tenemos tanto instalaciones masivas y duraderas como pequeños momentos de vida sellados por el macizo dunar”, describe Clément Nicolas, investigador de arqueología del CNRS (Centro Nacional de Investigaciones Científicas).
Especialista en las sociedades del III y II milenio antes de Cristo, este arqueólogo espera aprender más sobre el modo de vida de los hombres campaniformes, una cultura entonces extendida por toda Europa, cuyo origen y rápida difusión siguen siendo objeto de debate.
“Conocemos esta cultura sobre todo a través de los dólmenes, las tumbas”, como en Carnac (Morbihan), detalla Clément Nicolas. “Los hábitats, estamos empezando a conocerlos. Y ahí tenemos los recipientes para vasos. Se trata ya de por sí de una pequeña revolución a escala de Bretaña.
Sobre todo porque la duna, rica en piedra caliza, conserva muy bien los huesos, a diferencia de los suelos ácidos. “Nuestro sueño sería encontrar un entierro”, que permitiría rastrear el origen de estas poblaciones gracias a análisis de ADN, confía el arqueólogo.
Las excavaciones, financiadas en particular por la Oficina Francesa de Biodiversidad (OFB) y la UBO, podrían continuar así durante varios años más, a pesar de las condiciones de vida espartanas en la isla, sin agua ni electricidad. “Es volver a lo básico, un desafío, superarse a uno mismo”, sonríe Éric Bouillé, 34 años, ex estudiante de arqueología de Quebec.
Comparado con otros lugares de excavación, “es el más particular, el más duro mentalmente en términos de vida cotidiana, de estilo de vida”, confirma Lina Guelouza, estudiante de arqueología en el Panthéon Sorbonne París-I, quien, sin embargo, dice estar “enamorado de la isla”.