Nuevo día de protesta. Justo en el corazón de la ciudad, en mi balcón, tengo un asiento de primera fila. A diferencia de las anteriores, hoy un centenar de manifestantes vestidos de negro, encapuchados, encapuchados, abren la marcha. Los observo, impresionado de verlos en otro lugar que no sea detrás de mi televisor. Sin consignas de pensiones. Siento que esto va a salir mal. No entiendo por qué la CGT, justo detrás, acepta dejarse guiar por este grupo que destila radicalidad. Tres o cuatro paraguas negros esporádicos se abren, enmascarando a un pequeño grupo de ninjas encapuchados que se abalanzan sobre un comercio. Destruyelo. Y en silencio volver a las filas. La gente mira. La policía no puede intervenir sin correr el riesgo de provocar un movimiento de multitudes. Entonces ella no hace nada. Los demás manifestantes se quedan, a veces se ríen de este vandalismo que entienden porque “sí pero igual…”. Detrás, un tipo que tiene un altavoz en la mano grita «¡Todo el mundo odia a la policía!», repetido a coro por cientos de manifestantes de la escuela secundaria. Si Parnurge existiera, se deleitaría con este rebaño que parece olvidar por qué están allí. Una vez más, la policía no hace nada. Estoy en el balcón, los veo insultados, humillados. Como si el desacato de agente hubiera recibido una dispensa especial para esta demostración.

Y de repente se va. Las primeras piedras tiradas, las papeleras besándose, las marquesinas explotando, las terrazas arrasadas para abastecer las barricadas que se están levantando. Y ahí… ahí mismo intervienen los CRS, gasean a los que quedan, cargan para no ser heridos. Para evitar que me lastimen… estoy en mi balcón. Puedo ver claramente que los manifestantes que se quedaron sin romper nada están entre los gaseados. Pero se quedaron. Y cerca de los que se rompen. Sí, en ese momento deben huir fustigando una respuesta policial que toman por violenta mientras refrendan la de los matones. Porque “sí pero igual…”. Recibo en mi teléfono las primeras imágenes de canales de noticias que hablan de sindicalistas y líderes de extrema izquierda que inundan Francia con sus sofismas que muchos acaban creyendo por hablar sólo de violencia policial y responsabilidad del Estado. Pero no. Estoy en mi balcón. No veo policías atacando, veo policías defendiéndose. No veo ninguna lucha social. Veo gente loca. Los veo destrozando bordillos, los veo robando paraguas para quemarlos, los veo destrozando por placer, los veo en trance. No escucho ninguna reclamación sobre pensiones. Escucho odio. Odio contra nuestra democracia, contra los burgueses (algunos de los cuales están en proceso de manifestación sin saber que están defendiendo un movimiento radical que quiere su piel), contra los bomberos, que todavía están en huelga, que están tratando de alguna manera de ‘poner apaga los fuegos, contra los pequeños comerciantes, contra ti que lees estas líneas… No te equivoques. Esta gente te odia. Decir que condenamos esta violencia pero que entendemos porque “sí pero igual…”, es legitimar esta violencia. este odio esta rabia Nunca más volveré a usar esta frase: “sí, pero igual…”. No después de lo que vi desde mi balcón…

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Hoy me dieron una bofetada. Ni una pequeña bofetada. Hoy a las 5 de la tarde, saliendo de la escuela, mis hijos no pudieron regresar a casa. Sin que pudiéramos alcanzarlos, llegaron a un barrio sitiado. Sin luz, y sin red telefónica, después de tocar desesperadamente el timbre de la puerta del edificio, frente a llamas, insultos, violencia, sin respuesta, tuvieron que huir justo ante un movimiento multitudinario de inciertas consecuencias. Huid de este odio que debemos dejar de legitimar. Huye del miedo en el estómago frente a esta manada de locos que han perdido todo sentido de la realidad. Escapar a los 6 años. Huyendo a los 9 años. Hoy no pude tranquilizar a mis hijas acostándolas, con el sonido de las sirenas aún aullando. Les acabo de hablar de esta democracia que muchos de vosotros creéis haber perdido, arrullados por la retórica revolucionaria de una extrema izquierda que convierte a Macron en un dictador, convencidos sin embargo de que LFI está haciendo demasiado pero que termináis entendiendo porque «sí pero igual». …”.

Cuando mi hija de 9 años me preguntó qué era la democracia, no se me ocurrió otra cosa que decirle, con la persistencia retinal de mi balcón, que si no estuviéramos en democracia, hoy a esta gente le gusta eso. probablemente estarían muertos o en la cárcel por 30 años o más por hacer lo que hicieron en la calle. En democracia vuelven a empezar el próximo martes… Quizás sería bueno recordarnos esto en estos tiempos difíciles antes de que nuestros hijos empiecen a soñar con una dictadura que los proteja.