Sami Richa es profesor de psiquiatría y bioética en la Facultad de Medicina de la Universidad Saint-Joseph de Beirut. Es autor del Manual de ética en psiquiatría, (Éditions François Rabelais de Tours, 2019).
Los pacientes afectados por trastornos mentales crónicos (depresiones resistentes, trastorno bipolar no estabilizado, esquizofrenia resistente al tratamiento, trastornos graves de la personalidad, etc.) sufren tanto, si no más, que las personas con enfermedades orgánicas terminales.
En algunas situaciones, el trastorno depresivo resistente, a pesar de todas las clases y combinaciones de antidepresivos, múltiples estabilizadores del estado de ánimo, psicoterapia y estimulación cerebral (ECT y tDCS), sigue siendo sintomático y causa una enorme angustia.
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Ante tal dolor psicológico y la ausencia de una respuesta terapéutica, algunos pacientes buscan ayuda para morir, incapaces de soportar el peso de su enfermedad.
La asistencia médica al final de la vida por motivos psiquiátricos está ahora autorizada en un cierto número de países si el “sufrimiento psíquico es intolerable”. Sin embargo, esto sigue siendo una práctica marginal.
Hoy en día, los conocimientos médicos y las herramientas de evaluación son insuficientes para evaluar y definir las posibles indicaciones y apoyar mejor estas solicitudes de asistencia médica al final de la vida por motivos psiquiátricos.
Si hay poca retrospectiva sobre el pronóstico a largo plazo de patologías de esta magnitud, todavía queda mucho por hacer para promover el acceso a una atención psiquiátrica de calidad y mejorar la atención que se ofrece a estos pacientes. Sin embargo, es necesario escuchar y tratar de aliviar el sufrimiento psíquico, para prevenir y limitar estas solicitudes de eutanasia o suicidio asistido.
Además, muchas complejidades rodean la solicitud de muerte asistida en el contexto de la psiquiatría, dadas las muchas diferencias en las características de los pacientes, en sus motivaciones para solicitar la muerte y dados los aspectos multinivel del sufrimiento mental. . Por lo tanto, la mayoría de los pacientes pueden sentirse emocionalmente agotados debido a las muchas desgracias y contratiempos acumulados, lo que lleva inevitablemente a la sensación de que ya no vale la pena vivir la vida. Si certains patients aspirent fortement à la mort, d’autres expriment une ambivalence vis-à-vis de l’idéation de la mort, et certains demandent même l’euthanasie pour entendre leur inéligibilité à celle-ci, redonner espoir et retrouver un sens a la vida.
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En cuanto al sufrimiento, es claro que no disponemos de herramientas de medición fiables para medir su gravedad, su carácter insoportable y refractario, así como la realidad de la capacidad de decisión de la persona. Aunque no se puede negar la frecuencia de las solicitudes de asistencia para morir por este motivo, no existe una definición consensuada de “sufrimiento mental intolerable”. Este concepto es una noción dinámica, con fuertes interacciones entre el dolor psicológico, el dolor físico y la personalidad del paciente, situaciones todas que favorecen la aparición de pensamientos suicidas.
Proponer una solución irremediable y definitiva (el suicidio y la muerte) a un fenómeno complejo y poco comprendido (el dolor psíquico, el sufrimiento) puede no ser la mejor opción.
Finalmente, se sabe que el suicidio es una elección irracional y una elección ambivalente. Considerar que “yo estaría mejor muerto” no es sensato porque no se tiene conocimiento del “ser” después de la muerte. Sería mejor usar el término «inteligibilidad» en lugar de «racionalidad» para el suicidio. Sin embargo, la capacidad de comprender el deseo de morir de alguien no significa que el suicidio sea lo mejor para ellos.
En última instancia, si bien hay una falta de investigación sobre la atención al final de la vida de las personas con trastornos psiquiátricos graves y generalizados, los psiquiatras pueden desempeñar un papel clave en el resultado a largo plazo de sus pacientes. Ante una enfermedad mental “envejecida” e incesantemente dolorosa, es crucial abordar las necesidades subyacentes a través de cuidados paliativos específicos. Se necesitan estudios sobre la mejor manera de brindar estos cuidados paliativos a las personas con trastornos psiquiátricos crónicos que tienen una edad avanzada. Hasta el momento, la atención brindada con la ayuda de varios profesionales juntos ha demostrado ser la más efectiva. De manera similar, la psicofarmacología ha permitido a la psiquiatría aliviar el sufrimiento psíquico a lo largo de la vida. Sin embargo, construir relaciones a través de la comunicación empática puede mejorar aún más la beneficencia y también contribuir a la autosuficiencia de estos pacientes al final de la vida, así como a cumplir su deseo de muerte en nombre de la benevolencia y la autonomía.
Finalmente, es claro que existe una verdadera dicotomía en el abordaje de la búsqueda de la muerte. Las enfermedades mentales han generado una plétora de programas de prevención del suicidio en todo el mundo. ¿No es paradójico gastar tanto dinero y energía para poner en marcha estos programas y en la misma sociedad permitir legalmente que el paciente se suicide?
En conclusión, los clínicos pueden desconcertarse ante ciertos cuadros clínicos resistentes a cualquier tratamiento y que el campo médico y científico actual no encuentra remedios para aliviar el sufrimiento psicológico resultante. Por lo tanto, la asistencia activa en la muerte no puede considerarse la mejor dirección a seguir.