Enviado especial a Marsella
“¿Cuándo llegará el Papa?”, exclama una niña de apenas tres manzanas a sus padres que intentan contener su impaciencia. El niño fue, como miles de personas este sábado por la tarde, el testigo privilegiado del paso del Papa Francisco por la Avenida del Prado, a unos cientos de metros del estadio Velódromo de Marsella, donde tuvo lugar una misa gigantesca.
Este paseo pontificio, penúltima etapa de un viaje histórico cuidadosamente organizado, representó mucho para los fieles y curiosos que vinieron a celebrar la llegada del jefe de la Iglesia católica. Menos de 24 horas después de la llegada del Papa a Marsella, la primera en 500 años, ya había unos cientos de personas reunidas detrás de las barreras de seguridad de esta avenida especialmente vacía para la ocasión.
“Su llegada es inesperada”, afirma Hervé, encontrado a las 10 de la mañana en el Prado y que dice vivir este momento como una “romería”. Más adelante, la familia de Jeannine, de 70 años, se muestra irónica. “¡Enviamos un mensaje al Papa y él vino a verla por su cumpleaños!”, dice, todo sonriendo, uno de sus familiares. “Somos católicos, esto es muy importante para nosotros”, añade alegremente. Sentada a la sombra con sus hijos, Dorothée comparte la misma observación. “Somos creyentes y practicantes. Es una de esas personas a las que quieres ver al menos una vez”, explica la mujer que vio a Juan Pablo II en 1998.
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Sin embargo, no hubo aglomeraciones por la mañana antes de la llegada del soberano pontífice, prevista poco antes de las 16.00 horas. Los pocos curiosos que ya estaban instalados tras la apertura de las barreras a las 9:30 horas ya fueron abordados por un enjambre de cámaras y periodistas que recogieron los primeros testimonios. También es imposible no perderse el impresionante sistema de seguridad puesto en marcha para la ocasión.
Unos 5.000 policías y gendarmes fueron desplegados este fin de semana en Marsella para garantizar una visita papal segura. Gran parte de esta fuerza laboral estaba presente a lo largo del Prado, según los numerosos controles y registros repartidos a lo largo de varios cientos de metros de la avenida. Un freno según algunos espectadores. “El sistema de seguridad dificulta el acceso”, confirma Sylvie, que vive en Marsella desde hace veinte años. “Es tranquilizador, pero puede resultar desalentador con todos estos controles”, susurra.
Consecuencia de esta impresionante presencia policial: un lado de la avenida, al que sólo se puede acceder dando la vuelta a la rotonda del Prado, estaba casi vacío menos de una hora antes del paseo. “Podrían haber equilibrado y puesto a la gente del otro lado”, suspira. Mensaje escuchado: unos minutos más tarde, un cordón de seguridad improvisado por CRS abrió el paso a varios cientos de personas al otro lado de la avenida.
Unos minutos antes del tan esperado paso, toda la avenida finalmente se llenó de espectadores que ya no podían quedarse quietos. “¡Cuidado cariño, te lo vas a perder!”, gritó una madre a su hijo cuya mirada estaba desviada de la avenida. “¿Tienen banderas, son buenas?”, preguntaron los agentes municipales encargados de distribuir pequeños trozos de tela con los colores de Francia y el Vaticano.
Para muchos espectadores decepcionados por haber perdido un lugar en el estadio del velódromo para la misa de las 16:15, el paseo fue una oportunidad que no debían perder. “No pude unirme al velódromo por mi trabajo”, lamenta Patricia, una asistente social. “Es un placer verlo aquí en Marsella. Necesitamos esta burbuja de aire”, subraya.
Se escucha entonces un estruendoso aplauso. Son las 15.50 horas cuando llega al Prado una comitiva formada por motos y coches serigrafiados. Detrás, el famoso “papamóvil” avanza al paso, rodeado por un muro de guardaespaldas. Allí está el Papa Francisco, sentado en la parte trasera del vehículo y saludando solemnemente a la multitud. El momento dura menos de unos segundos, trascendiendo a la multitud que vitorea al soberano pontífice, antes de verlo desaparecer lentamente hacia el estadio del velódromo.
El Prado se vació entonces de sus espectadores en pocos minutos, como si el acto nunca hubiera existido. “Entonces, ¿tenías una foto de él?”, pregunta un padre a uno de sus hijos. “¡Está bien, lo hemos visto!”, reacciona un joven con el teléfono pegado a la oreja. “Tuvimos dificultades para venir, muchas zonas estaban cerradas, pero había menos gente de la que imaginaba”, analiza Antoine, de 22 años, que llegó a la avenida unos treinta minutos antes del paseo del Papa en compañía de su padre. “Vine más por curiosidad que por creencia religiosa, pero es un gran acontecimiento para ver en familia”, resume con seriedad. Un acontecimiento que sin duda quedará grabado en su memoria durante mucho tiempo.