MAURICIO. Francisco habla de Puerto Luis, la capital de Mauricio, el País en el medio del Océano Índico conocida por sus playas, lagunas y arrecifes de coral, pero satisface el mundo cuando, en el encuentro con las autoridades en el palacio presidencial, «le invita a aceptar el desafío de la acogida y de la protección de los migrantes que están aquí ahora para encontrar trabajo y, para muchos de ellos, mejores condiciones de vida para sus familias». Él dice: «usted Tiene en su corazón para darles la bienvenida como sus antepasados han sido capaces de aceptar el uno al otro como protagonistas y defensores de una verdadera cultura del encuentro, que le permite a los migrantes (y a todos) para ser reconocida en su dignidad y en sus derechos».

Mientras que varios gobiernos sovranisti europeos están luchando con la tentación de cerrar las fronteras y adoptar la política de la identidad y exclusivo, el Papa elogia la antigua colonia del Reino Unido, un pueblo que ha sido capaz de «reconocer, respetar y armonizar las diferencias en la función de un proyecto común.» A esta isla Mauricio tiene una «voz» para todo el mundo, debido a que son capaces de recordar que «es posible llegar a una paz estable», sin que «la necesidad de marginar, excluir o rechazar».

Es un tema clave en el pontificado de Bergoglio, que de los migrantes. Desde el primer viaje a la isla de Lampedusa, en julio de 2013, y la decisión de hace un par de días para crear un cardenal, el padre Michael Czerny, secretario de la Sección de los Migrantes y de los Refugiados consejo pontificio para el Servicio de un Desarrollo Humano Integral, el fil rouge es el mismo: no hay justicia sin la aceptación, no hay futuro sin la integración de la diversidad.