La emoción invade a los jóvenes de la clase de Geneviève St-Maur mientras se sientan en círculo. El calor agobiante que entra por los ventanales del local les recuerda que el verano está a la vuelta de la esquina. Esta promesa de unas vacaciones inminentes, sin embargo, no es la única razón detrás de las sonrisas de los 18 alumnos de 6º grado.
Por décima y última vez, el grupo del colegio Saint-Clément, del barrio de Hochelaga-Maisonneuve, recibe la visita de los artistas-mediadores Sandy Bessette y Simon Fournier, de la compañía La marche du Crabe. Desde septiembre, los jóvenes participan en el proyecto Pasajes, uno de cuyos objetivos es darles herramientas para vivir mejor la transición entre la escuela primaria y secundaria.
A pocos días de finalizar las clases toca hacer balance. A los dos facilitadores les gustaría recordar los ocho talleres y las dos obras de teatro a las que asistieron los estudiantes como parte del proyecto.
“Tenemos 50 minutos. Esto es demasiado corto ! No tendremos tiempo de contarnos todo”, les advierte con pesar Simon Fournier.
Pero antes de abrir la discusión, toca jugar. Porque durante el año, los juegos estuvieron en el centro de todos los talleres. No hay duda de que esta última reunión será una excepción.
“Vamos a jugar al juego de los nombres”, anuncia Simon Fournier.
Los estudiantes están visiblemente encantados. Sin que se lo pidan, enumeran las reglas: el primero que se levante 10 veces y diga su nombre alto y claro gana. Si dos personas se levantan al mismo tiempo, serán eliminadas por el juez.
¿Y cómo es este juez? “Despiadados y crueles”, dicen alegremente los niños.
Juego encendido. Algunos se levantan repetidamente, con la esperanza de llegar antes que los demás a la famosa decena. Para evitar que gane un amigo, un niño se atreve a moverse al mismo tiempo que él. Las exclamaciones felicitan este sacrificio. Estalla la risa.
Lo que ocurre en el aula parece ser sólo un juego y, sin embargo, a través de éste y de todos los demás explorados durante el año, los estudiantes adquieren habilidades. Durante una reunión anterior, se les pidió que crearan partidos políticos en una ciudad ficticia y que adoptaran una posición sobre cuestiones divisivas. “En Frog City, ¿está permitido tener teléfonos móviles en clase? ”, por ejemplo, les preguntó el juez –siempre despiadado y cruel. A través de este ejercicio, debían formarse una opinión, encontrar argumentos para defenderla, debatir…
“Creo que el proyecto Pasajes les dio confianza. Les permitió ocupar su lugar, pero también dejar espacio para los demás”, señala su profesora, Geneviève St-Maur.
Porque si los juegos liderados por artistas-mediadores invitan a hablar, también abogan por escuchar. “En todos nuestros juegos de discusión, tienen que dejar que las personas que hablan terminen su turno antes de decir algo, estén de acuerdo o no. Desarrolla su capacidad para comunicarse en sociedad”, explica Sandy Bessette.
Este último comentario hace eco de Víctor, una de las dos obras de teatro callejero que se les presentaron como parte del proyecto. En esta obra creada por La marche du Crabe, seguimos a unos amigos el día antes de que entren en el instituto. A punto de dejar la niñez por la adolescencia, cada uno de ellos tiene recelos ante esta nueva etapa. Los amigos se reúnen en su callejón para jugar como en los viejos tiempos y sumergirse en su imaginación.
Durante la discusión en clase, los estudiantes encuentran varias similitudes entre ellos y los personajes. Algunas personas no van a la misma escuela secundaria que sus amigos y eso les preocupa. A otros les entusiasma la idea de poder reinventarse. Todo el mundo parece estar de acuerdo en que desde hace algún tiempo profundizan menos en su imaginación.
Los alumnos del colegio Saint-Clément no fueron los únicos que participaron en este primer año del proyecto Pasajes. A los talleres también asistió un grupo de acogida de la escuela Notre-Dame-de-la-Paix, en el barrio de Verdun.
Algunas veces durante el proyecto, los jóvenes de las dos escuelas se reunieron. “Cuando vamos a la escuela secundaria, a veces dejamos a nuestros amigos de la escuela pequeña. Estamos obligados a entrar en contacto con otras personas”, subraya Sandy Bessette, que ve en este hermanamiento una manera de “probar estos primeros nuevos encuentros”.
Para la clase de acogida de Roxane Boucher-Desrochers, los talleres representaron un cierto desafío ya que la mayoría de los estudiantes llegaron al país hace menos de dos años. “Les permitió desarrollar tanto el lenguaje como su autoafirmación, su confianza en sí mismos. Es muy bonito de ver”, señala con orgullo la profesora.