Desde su renacimiento orquestado en 2005 por el gran jefe del grupo Volkswagen, Ferdinand Piëch, Bugatti sólo ha ofrecido dos modelos, el Veyron y el Chiron*. Triunfos técnicos y artísticos, estas obras sacudieron el mundo del automóvil con sus asombrosas actuaciones. Ahora bajo el control de Rimac, un pequeño fabricante reconocido por su experiencia eléctrica, la marca francesa entra en una nueva era. Los electrones ahora coexistirán con el combustible de alto octanaje.

Aquí está el Tourbillon, una creación completamente nueva que busca acercarse a las nuevas tecnologías negándose a someterse por completo a ellas, en aras de la atemporalidad. En lugar del W16 de 8 litros equipado con cuatro turbocompresores que reinó durante casi 20 años, se encuentra un V16 de aspiración natural de 8,3 litros en el centro, en la parte trasera. Cocreado con el renombrado fabricante de motores Cosworth, produce por sí solo 986 CV (tantos como la mecánica del Veyron) y puede alcanzar las 9.000 rpm.

Pero, al tratarse de un Bugatti, esta caballería, por fenomenal que sea, no es suficiente. De este modo, dos motores eléctricos están atornillados al eje delantero y otro más en el trasero. Estos tres componentes mecánicos aumentan la potencia en 789 CV por sí solos, frente a 1.775 CV cuando trabajan al unísono con el V16. De 0 a 100 km/h en 2 segundos es testimonio de la brutalidad demostrada de la experiencia, mientras que de 0 a 300 km/h tarda sólo 10 segundos. Este Tourbillon alcanza posteriormente la asombrosa velocidad de 445 km/h. Por el contrario, puede recorrer 60 km en modo eléctrico.

Apenas más largo que un Lamborghini Huracán, el Tourbillon sigue siendo un objeto bastante compacto. Sus líneas, que convergen hacia la legendaria parrilla de herradura, casi nos hacen olvidar esta observación. La postura sigue siendo decididamente Bugatti con estos arcos laterales que envuelven las puertas así como esta línea que cruza el centro de la carrocería. Un enorme alerón trasero retráctil también puede ayudar a frenar.

El interior, asentado sobre la plataforma de fibra de carbono, parece aún más joyería fina que antes. La instrumentación, fabricada en titanio y piedras preciosas, fue desarrollada por relojeros suizos además de inspirar el nombre de este automóvil único. El volante también gravita alrededor del conjunto, sin una rama para admirarlo continuamente. Una única pantalla, que puede ocultarse mediante comando, también proporciona acceso al sistema multimedia.

A partir de 2026 se fabricarán apenas 250 ejemplares de este superdeportivo en los talleres de Molsheim por un precio de 3,8 millones de euros (5,6 millones de CAN). Tan exclusivos como fascinantes.