En el café de Le Havre donde trabaja de camarera, Marie-Line (Louane Emera) conoce a Alexandre (Victor Belmondo), un estudiante de buena familia que sueña con hacer cine en París. De familia pobre, sin educación ni ambiciones, no encaja en el entorno de Víctor. “Fantasma” de este último, la camarera de cabello rosado se enfrentará a él frente a su casa.
Detenida por agresión a Victor, Marie-Line descubre con asombro que el juez (Michel Blanc) que debe decidir su destino no es otro que el cliente al que le gritó en el café donde acaba de perder su trabajo. Clément, el juez la contrata como conductora para que pueda pagar la multa y así evitar la cárcel.
Basada en la antigua fórmula del tándem disparejo, Marie-Line y su juez, basada en la novela Cambiando el sentido de los ríos, de Murielle Magellan, permite a Jean-Pierre Améris (Les émotifsonymes) explorar un tema que le atrae es caro, el determinismo social entre la gente corriente. Sin embargo, el guión, escrito con Marion Michau, reserva pocas sorpresas y permanece en la superficie. Además, si la figura del juez parece creíble, la de Marie-Line, que sin embargo evoca al profesor petulante de Happy-Go-Lucky, de Mike Leigh, hace gestos no siempre plausibles.
Muy pronto, la historia de esta improbable amistad se vuelve tan monótona como los viajes de ida y vuelta en un Twingo destartalado que hacen cada día los dos personajes, polos opuestos entre sí. Sin darle mucho sabor a la historia, pero cambiando un poco su rumbo, se sumarán la hermana de Marie-Line (Alexandra Gentil) y su novia (Ekatarina Rusnak), narcotraficantes, así como Evelyne (Nathalie Richard), la amante del juez. Por supuesto, también participará Alexandre, a quien Marie-Line ya no puede acercarse.
Con el apoyo de Virginie Saint-Martin, que rodó sus Folies fermières, la cineasta explota la belleza singular de la ciudad portuaria, extrayendo una cierta alegría de vivir en lugar de su gris ambiente como en Aki Kaurismäki (El Havre). Estas tomas contemplativas contrastan muy bien con las escenas estancadas en la desordenada cabina del coche y en el desordenado apartamento que Marie-Line comparte con su padre desempleado y deprimido (Philippe Rebbot).
Durante las conversaciones entre Marie-Line y su juez, donde obviamente ambos aprenderán el uno del otro, y viceversa, queda claro que existe una química irresistible entre la exuberante Louane Emera y el flemático Michel Blanc. Frente al gigante de la comedia, cuya mirada delata la tristeza del personaje, la revelación de La familia Bélier, de Éric Lartigau, no se deja imponer. Este tándem, tan inesperado como simpático, resulta sin duda el elemento ganador de esta comedia dramática con acentos melancólicos cosidos con hilo rosa.