Este artículo proviene de la Revista Figaro.

La negación de la realidad es una psicosis alucinatoria popular. Creer que la realidad no es la que es, sino la que queremos que sea, genera muchos errores. Las palabras de Gabriel Attal al informarnos que “el islamismo no es una religión” son un ejemplo de esta patología dominante.

Si por islamismo entendemos el Islam político que aspira a subordinar completamente la ciudad a las leyes de un Dios, entonces es intrínsecamente religioso. Por tanto, es sólo la expresión política de una teología y, como tal, puede calificarse como religión. ¿Por qué entonces afirmar que no es lo que es? ¿Cree el Primer Ministro, como Carl Schmitt, que “el enemigo es la cara de nuestra propia cuestión”? Y que, si el enemigo es una religión, y por tanto una matriz de civilización, la confrontación que desea obligaría a los europeos a preguntarse cuál es su civilización. ¿Pero tienen la más mínima idea? ¿Todavía pueden tener una idea? ¿Quieren siquiera uno? Y si es así, ¿cuánto vale a sus ojos?

El miedo a posibles respuestas puede explicar el rechazo a estas preguntas que plantea la propia naturaleza del enemigo. Por eso, ante todo, el islamismo no debe ser lo que es: eso obligaría a los europeos a preguntarse si son y qué son. Or, à l’heure où beaucoup d’entre eux considèrent que leur histoire et celle du mal radical se confondent, la réponse à ces questions est hélas prévisible: des créatures obsolètes et malfaisantes tout juste dignes de se repentir dans les poubelles de leur propre historia.