Ocean Drive está más tranquilo que nunca. La calle principal de Miami Beach, Florida, acostumbrada a fiestas alcohólicas y juerguistas con poca ropa, está irreconocible después de una serie de medidas tomadas por el municipio para romper con los excesos de las “Spring Break”, las vacaciones estudiantiles.
Cada año, en la primavera, multitudes de jóvenes vacacionistas acuden al paseo marítimo de Miami Beach para fiestas de borrachera que rápidamente pueden salirse de control. Cae la noche y delante de los edificios Art Déco el olor a marihuana casi ha desaparecido, los juerguistas no bloquean el tráfico bailando reggaetón y el paseo marítimo está lejos de la habitual discoteca al aire libre.
Cansadas de los excesos de las famosas “Spring Break”, las autoridades han tomado medidas para evitar tragedias como la del año pasado, cuando unos tiroteos dejaron dos muertos en South Beach, una de las zonas más turísticas de la ciudad.
Miami ha aumentado la presencia policial y las pruebas de alcohol y cerró todos los estacionamientos en el área excepto uno que cuesta $100 los fines de semana más concurridos. Bares y restaurantes tienen prohibido abrir sus terrazas en la acera y los establecimientos de venta de alcohol deberán cerrar a partir de las 20.00 horas. En un video compartido en las redes sociales, la ciudad decidió “romper con las vacaciones de primavera”.
“Nuestra idea de pasar un buen rato es relajarnos en la playa, ir al spa o descubrir un nuevo restaurante. Sólo quieres emborracharte en público e ignorar la ley (…) Entonces vamos a romper contigo”, dicen los jóvenes en el video.
Ante estas nuevas medidas, Shannon McKinney está furiosa: las autoridades acaban de negarle el acceso a la playa a las 18.00 horas, cuatro horas antes de la hora habitual de cierre. “Es bastante loco porque simplemente venimos a pasar un buen rato. No vinimos a promover la violencia. Hicimos un viaje largo y estamos gastando dinero”, lamenta esta estudiante de Nueva Orleans que viajó a Miami con su hermana y amigos.
A pocos metros, Conae Rhodes, una mujer de Virginia de 25 años, se muestra más comprensiva. “Puedo entender por qué hacen esto. Siempre hay gente que no sabe comportarse o que bebe demasiado”, explica.
Estas medidas tampoco son unánimes entre los residentes de Miami Beach. Joel Hernández, músico de 54 años, entiende la necesidad de mejorar la seguridad porque en los últimos años ha visto empeorar la situación durante las “vacaciones de primavera”. Pero considera que las medidas impuestas son «excesivas».
“Para mí, que vivo a unas cuadras del centro, es muy complicado. Tenemos la impresión de que entramos en una zona de guerra porque todo está cerrado”, explica. “Al final, no nos sentimos seguros, al contrario, tenemos aún más miedo de que pase algo”, añade.
A pocas cuadras de Ocean Drive, frente al restaurante cubano que regenta, Janet Alvarado critica el daño económico de estas medidas. “Ahora lo que tenemos es mucha seguridad, pero sin clientes”, asegura. Para Joel Hernández está en juego el encanto y la imagen de Miami Beach, una ciudad relajada donde nos olvidamos de la vida cotidiana: “Es muy triste lo que está pasando. Espero que en los próximos años las reglas se relajen un poco”.