Madrid

La eurodiputada Clara Ponsati cruzó la frontera franco-española en coche el martes por la tarde, con un camarógrafo de la Agencia Catalana de Noticias como pasajero. Inmediatamente brindó una rueda de prensa en la sede del Colegio de Periodistas de Barcelona, ​​donde dijo todo lo malo que piensa de España, de Europa y hasta del gobierno catalán, de la mano del independentista competidor de los suyos, acusado de ser nada. menos que el «instrumento de la ocupación española».

A su salida fue llevada a los tribunales por la policía autonómica, los Mossos de Esquadra, denunciando a todo el que quisiera oírla «una detención ilegal» y blandiendo su acreditación de eurodiputada, digna de inmunidad parlamentaria. Alrededor de 200 manifestantes expresaron su solidaridad e indignación. Luego, cinco horas después, salió libre, con citación el 24 de abril al Tribunal Supremo, que quiere juzgarla por desobediencia. El miércoles por la mañana, Ponsati voló para asistir a la sesión plenaria en Bruselas.

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La estancia catalana del exconsejero de Educación fue breve y convulsa. Fue sobre todo una gran primera vez. La primera incursión en suelo español de una de las separatistas que se fue a vivir al extranjero para evitar la acción de una justicia que pretende juzgarles por su papel en la organización del referéndum ilegal de 2017. Salió de allí sin pasar por el caja de prisión.

La visita ilustra la complejidad jurídica del juego del gato y el ratón entre las autoridades judiciales españolas, en particular el instructor del Tribunal Supremo, el juez Pablo Llarena, y los separatistas que se han ido a vivir lejos de su campo de acción. Cuando unos quieren verlo como un desaire, otros creen estar observando el instrumento de una estrategia de defensa, incluso un globo de prueba. Si una consejera que se fue a vivir a Escocia pudo volver a su “país” sin preocuparse más que unas horas, ¿que lo hizo su entonces líder y gran figura del independentismo, el expresidente catalán Carles Puigdemont?

Los peligros de Ponsati en España, sin embargo, fueron controlados en gran medida. La derogación del delito de sedición votada en el Parlamento por la izquierda el pasado mes de septiembre le ahorró el riesgo de prisión. Su rápida liberación “corresponde a los escenarios que le planteé cuando mencionó su decisión” de irse a Barcelona, ​​explica a Figaro su abogado, Gonzalo Boye. El cual considera que su detención es ilegal, porque vulnera su inmunidad como eurodiputado. El Tribunal Supremo considera por su parte que este último no cubre el procedimiento, abierto antes de su elección en Estrasburgo. Además, el letrado acusa al juez Llarena de “no respetar las conclusiones del Tribunal General de la Unión Europea, que le ha dicho, en respuesta a sus propias preguntas, que no es el juez competente”.

Puigdemont está siendo procesado por malversación agravada, un delito punible con prisión que desencadenaría su ingreso en prisión preventiva si se aventurara en España. Es en el plano político donde la estancia de su excolaborador le resulta más útil. “El arresto es ilegal. Pero en España no importa el estado de derecho”, tuiteó el martes por la noche. Antes de llamar al presidente del Parlamento Europeo: «¿Nada que decir, querida Roberta Metsola?»