“El trono de Luis XVI saltará”. Se trata del mensaje enviado a la policía nacional por uno de los “pequeños títeres”, según palabras del ministro de Justicia, Éric Dupond-Moretti. Desde el asesinato, el 13 de octubre, en un instituto de Arras de un profesor de literatura, Dominique Bernard, por un hombre acusado de radicalización islamista, las investigaciones sobre falsas amenazas de bomba se han multiplicado. «Hay un efecto de mímica, pero cada alerta requiere intervención», asegura a Le Figaro la portavoz de la policía nacional, Sonia Fibleuil.

Entre el 4 de septiembre y el 19 de octubre, alrededor de 266 centros educativos fueron objeto de mensajes maliciosos que amenazaban con ataques, informó el Ministerio del Interior a Le Figaro. Desde el 7 de octubre, cerca de 12 amenazas han tenido como objetivo establecimientos culturales, incluidos el Louvre y el Palacio de Versalles. El 19 de octubre, más de 25 aeropuertos fueron blanco de correos electrónicos que evocaban la presencia de bombas, añadimos en la plaza Beauvau. Esta campaña de mensajes maliciosos provocó la evacuación y la realización de operaciones de despacho de aduanas en 19 terminales, perturbando el tráfico aéreo.

En total, tras las investigaciones fueron detenidas cerca de 20 personas, según informa el Ministerio del Interior. Pero ¿qué pasa con la búsqueda de quienes hacen falsas amenazas de bomba?

Al informar, el primer desafío para los investigadores es distinguir un engaño de una incautación legítima, es decir, un caso en el que los investigadores tienen motivos reales para preocuparse. “Los telefonistas de la gendarmería nacional y de la policía nacional están especialmente sensibilizados y formados en este trabajo de discernimiento. Las denuncias siempre se toman muy en serio dado el alto riesgo terrorista que existe en nuestro país”, explica el Ministerio del Interior.

Una vez finalizada la intervención y la eliminación de dudas, se movilizan los servicios de investigación para encontrar al autor. “Dependiendo del alcance y de la gravedad del sistema implementado, la Fiscalía recurre a un servicio de investigación judicial o más local”, indica a Le Figaro una fuente judicial, añadiendo que la Oficina Anticiberdelincuencia (OFAC) participa activamente en las investigaciones.

“Esto puede abarcar desde investigaciones telefónicas hasta investigaciones informáticas”, informa una fuente policial. “Incluso si la persona usó una VPN, podemos encontrar la dirección IP. Si es un número oculto aún podremos geolocalizar a la persona. Lo mismo si es una tarjeta prepago. Estos procesos no anonimizan, simplemente externalizan la geolocalización. Los servicios policiales pueden volver a la fuente”, continúa este policía, precisando que la cooperación con los operadores telefónicos es fundamental.

Problema: Una persona que hace una falsa amenaza de bomba a veces puede ocultar a otra. «Detuvimos a jóvenes de entre 13 y 19 años cuyo uso del ordenador reveló que habían sido atrapados por un software espía integrado en videojuegos que habían descargado de Internet», afirma Sonia Fibleuil. En estos casos, es posible rastrear al hacker, pero si el hackeo proviene del extranjero, se requieren medidas de investigación adicionales. Como probablemente ocurre con las numerosas falsas amenazas de bomba en los aeropuertos: cerca de 70 de ellas fueron enviadas «casi siempre a la misma dirección de correo electrónico situada en Suiza», indicó este domingo 22 de octubre el ministro de Transportes, Clement Beaune.

Sin embargo, por el momento es difícil contar el número exacto de investigaciones en curso sobre falsas amenazas de bomba y, por tanto, saber el número exacto de autores procesados. “En función de los comentarios realizados, la falsa amenaza de bomba puede abarcar diferentes tipos delictivos”, explica a Le Figaro la fiscalía de París, “no es lo mismo decir ‘voy a colocar una bomba, tú decides’ para encontrarlo’ y ‘Una bomba matará a todos los que trabajan en la estación SNCF’. El primer mensaje se refiere a la divulgación de información falsa para hacer creer a la gente en una destrucción peligrosa y a activar innecesariamente a los servicios de emergencia y policiales. El segundo se refiere a las amenazas de muerte, ya que la persona a la que se dirige es identificable”.

Posteriormente, la apertura de una investigación judicial podrá basarse “en los daños causados ​​por el recurso, como el número de personal implicado, la sensibilidad del lugar, el procedimiento de evacuación que implique daños importantes al lugar, etc.”, añade el Ministerio del Interior. Interior.

Los “guignols” detrás del primer mensaje aún corren el riesgo de ser condenados a dos años de prisión y una multa de 30.000 euros. Los detrás del segundo se enfrentan a 3 años de prisión penal y una multa de 45.000 euros. “No es mucho, si ponemos en perspectiva el estrés que generan estas falsas alarmas a turistas, profesores y estudiantes, en el contexto de un atentado”, comenta una fuente judicial.

Por eso, algunos decidieron innovar. La Fiscalía de París, inspirándose en la estrategia de la Fiscalía de Pontoise, pretende procesar al autor de la falsa amenaza de bomba en el instituto Étienne Dolet no por «amenazas» sino por «violencia intencionada». Un engaño que supuso “una intensa violencia psicológica para determinados alumnos que se sentían mal, así como para los profesores que no podían volver a clases”, testifica la fiscalía, “y el acto fue voluntario, ya que nadie podía ignorar que habría ser un efecto del sufrimiento en los demás”. Es muy posible que otras jurisdicciones sigan su ejemplo.