Le Figaro Burdeos
Mucho es mucho. En Gironda, el municipio de Mios ha decidido frenar la urbanización para preservar la calidad de vida de sus habitantes y proteger determinados espacios naturales antes de que todos se transformen en urbanizaciones. En esta vasta comuna de más de 13.000 hectáreas, situada a sólo quince kilómetros de la cuenca de Arcachon y a menos de cincuenta kilómetros de Burdeos, la llegada de una población cada vez mayor ha adquirido el carácter de una fiebre del oro.
“El atractivo de Mios es extraordinario”, afirma Cédric Pain, alcalde socialista de la ciudad desde 2020. “En los años 80 había 2.500 habitantes, cuarenta años después, hay 10.000 más”, señala el concejal. Una curva que se explica en parte por la situación de la ciudad, a caballo entre dos conurbaciones, Burdeos y Arcachon, ya muy urbanizadas, donde el precio del metro cuadrado alcanza regularmente picos. “Y además nuestra comuna es inmensa, tiene 1,4 veces el tamaño de París, con mucho terreno urbanizable, bosque landés y por tanto arena”, explica el alcalde, lo que tuvo como consecuencia provocar una “urbanización masiva”.
En los últimos años, “hemos experimentado una enorme ola demográfica”, resume Cédric Pain, pero está claro que la proliferación de viviendas nuevas está llegando hoy a sus límites. “Mi predecesor creó una ZAC (zona de desarrollo concertado) para 1.000 viviendas adicionales”, explica el alcalde. Desde 2014, la ley Alur (de acceso a la vivienda y urbanismo renovado) también ha eliminado la superficie mínima de suelo necesaria para construir viviendas, lo que ha provocado «un estallido en el que todo el mundo se ha repartido las parcelas».
“No queremos ser la mega subdivisión de la cuenca de Arcachon y Burdeos, sino que Mios sea una ciudad para vivir”, argumenta el alcalde de la localidad. Para luchar contra esta rápida artificialización del suelo para construir viviendas, el municipio renegoció la ZAC, con el fin de reducir el tamaño a 700 viviendas. Una modificación del plan urbanístico local también permitió reclasificar 80 hectáreas en zonas naturales o agrícolas, para aliviarlas de la presión territorial. Una medida que afecta a “toda la tierra que estuvo en contacto con el bosque”. La ciudad también ha prohibido la llamada urbanización “bandera”, que permite dividir una parcela en varias partes creando caminos de acceso en el costado de una casa.
“No vamos a frenar la urbanización, es un tren que va a gran velocidad, pero vamos a hacer todo lo posible para frenarla”, resume Cédric Pain. Desde 2014, la ciudad ha construido tres gimnasios y dos escuelas. El colegio Mios se ha ampliado tres veces. “La ley existe para la libre urbanización, pero nos encontramos con todos nuestros hijos estudiando en edificios prefabricados”, lamenta el funcionario electo. “Era necesario transformar esta comuna rural forestal en un pequeño pueblo”, en detrimento de mejorar la calidad de vida. “Todos los nuevos miosanos dicen que ya es suficiente, a todos les gustaría ser los últimos”. Aunque los estudios demográficos predicen que la población podría alcanzar los 30.000 habitantes en 2030 – frente a los 12.000 actuales – el ayuntamiento espera alcanzar una especie de «techo» en torno a los 15.000 habitantes.