Christophe Boutin es profesor de derecho público en la Universidad de Caen. Últimos trabajos: con Olivier Dard y Frédéric Rouvillois, Diccionario del progresismo (Le Cerf, 2022); con Frédéric Rouvillois, El referéndum o cómo devolver el poder al pueblo (La Nouvelle Bibliothèque, 2023).

Mucho se ha hablado ya del nombramiento de Gabriel Attal como Primer Ministro y de su meteórico ascenso dentro del Estado. Algunos, por ejemplo, acogieron con satisfacción el entusiasmo de su juventud, mientras que otros, como François Bayrou, fingieron estar preocupados, y muchos parecen haber conservado del traspaso del poder esta frase de un joven con prisas: “El presidente más joven de la República en la historia nombra al Primer Ministro más joven de la historia”. Sin embargo, este momento egoísta no debería permitirnos perder lo esencial: en diez minutos, Gabriel Attal estableció los principios de acción política que bien podrían cambiar el equilibrio de poder.

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De hecho, el nuevo Primer Ministro se ha esforzado por responder a las expectativas de las categorías sociales más numerosas, aquella en la que se sitúan espontáneamente la mayoría de nuestros conciudadanos: las clases medias. Actant la quasi-disparition des classes populaires – de plus largement préemptées, pour les autochtones par le RN, pour les nouveaux venus par LFI, Gabriel Attal semble avoir compris qu’elles représentaient le vivier électoral dont il aurait besoin aujourd’hui et peut être mañana. Porque podemos jugar a la política para los financieros y las empresas emergentes, pero no jugamos a la política con los financieros y las empresas emergentes: la recuperación del país después de la Segunda Guerra Mundial se hizo por y con las clases medias. Son ellos los que han sido y pueden ser todavía, para utilizar las palabras del Primer Ministro, este “corazón palpitante de nuestro país, artífices de la grandeza y de la fuerza de nuestra nación francesa”, aunque sólo sea porque son ellos quienes, hoy , “levantarse cada mañana para ir a trabajar”, ​​que es esta población “la que trabaja y la que financia, a través de su trabajo, nuestros servicios públicos y nuestro modelo social”. Sin embargo, como señala Gabriel Attal, “estos franceses […], a veces, ya no encuentran el camino allí”. Si damos crédito a las encuestas, temen, por un lado, que la política seguida les lleve a un mundo que no quieren sin poder impedirlo y, por otro lado, sienten a diario: para ellos mismos, sus hijos o su país, un sentimiento insoportable de degradación.

Por eso, para satisfacer a estos franceses que «dudan de nuestro país, dudan de sí mismos, dudan de nuestro futuro», el nuevo Primer Ministro se propone un doble objetivo: «mantener el control de nuestro destino y liberar a nuestros potenciales franceses». ¿Mantener el control de nuestro destino? Dominio de nuestro modelo social, autoridad y respeto por los demás, seguridad, fortalecimiento de los servicios públicos -y en particular de la Escuela y la Sanidad-, así como «de nuestra soberanía nacional y la de Europa mediante un mejor control de nuestra inmigración». ¿Liberar el potencial francés? “Siempre hay que valorar mejor trabajar que no trabajar”, ​​como también exige “la drástica simplificación de la vida de nuestras empresas y de nuestros emprendedores”. Agreguemos que las medidas tomadas por el ex Ministro de Educación Nacional van en la dirección de una restauración de la meritocracia republicana a la que las clases medias están, y con razón, apasionadamente apegadas. Todo se aplicaría con este método reivindicado por el Primer Ministro: “hacer diagnósticos claros sin mentir jamás a los franceses y poner en marcha acciones contundentes, concretas, sin tabúes, decir la verdad, actuar sin demora”.

Estábamos esperando el clon de Emmanuel Macron, si miramos de cerca preferiríamos tener la impresión de estar frente al de Nicolas Sarkozy. De hecho, el programa presentado en las escaleras de Matignon se parece mucho al de los republicanos, y ante su aplicación, con su electorado como principal objetivo, incluido su componente mayor, estos últimos no podrían tener otra opción que aceptar la propuesta extendida. por un lado, someterse o desaparecer, y tanto más cuanto que las próximas elecciones europeas reavivarán las disensiones en su seno. Además, intentar tranquilizar a las clases medias, incluidas, como hace Gabriel Attal, las de la Francia periférica (aquellas que “pueblan nuestro territorio y a las que no escuchamos a menudo”), es también intentar limitar el progreso de una RN que debe conquistar un electorado mucho mayor que su única base popular para alcanzar el poder.

Por supuesto, quedan muchas preguntas. ¿Qué margen de maniobra dejará el Elíseo al jefe de Gobierno? ¿Serán suficientes las respuestas de la sociedad para satisfacer a un ala izquierda de la mayoría presidencial que no dejará de notar la actual “derechización”? Los dos textos sobre el final de la vida y los cuidados paliativos, que llegarán a las Cámaras, permitirán, por ejemplo, alcanzar el consenso parlamentario buscado desde 2022, reuniendo al menos una parte de estas oposiciones parlamentarias a las que el Primer Ministro prometió escucha y respeto, porque “tenemos en común el destino de nuestra nación”? ¿Qué gobierno mañana, para qué acciones, con qué efectos reales, porque juzgaremos por las pruebas?

Hoy no podemos decir si estamos ante una operación de comunicación sencilla y de alta calidad o el comienzo de un cambio de dirección. Pero el hecho de que Gabriel Attal haya elegido este eje para lo que es una especie de primer discurso de política general, de que quería volver a poner a las clases medias en primer plano, demuestra que las respuestas a las crecientes preocupaciones de estas últimas son bien recibidas como potencialmente. la clave para las elecciones de mañana. ¿Un regreso a la realidad?