Louis de Fautereau es director comercial de promoción de las prestaciones sociales (l’Atout – latout.app).
Entre los economistas se debate cuánto le cuesta a un empresario pagar 100 euros de renta neta disponible a un empleado. Para Antoine Bozio y Étienne Wasmer, encargados por el gobierno de trabajar en el tema, son nada menos que 600 euros los que el empresario debe gastar. Para Gilbert Cet, aumentar los ingresos netos mensuales de un solo empleado con el salario mínimo de 100 euros al mes le cuesta a su director comercial 483 euros al mes.
Estas cifras disparatadas son, de hecho, causa de incomprensión y de legítimas frustraciones para muchos empleados, pero también para los empresarios, para quienes la transformación del salario bruto en neto es una ecuación opaca.
La propuesta de Bruno Le Maire de simplificar la nómina es ciertamente útil y necesaria: la nómina francesa es notoriamente compleja. Cargado de líneas explicativas y abstrusos coeficientes sobre las cotizaciones a la seguridad social, la jubilación, la enfermedad, la familia y otras deducciones, se presenta como un dolor de cabeza para el empleado medio, a menudo percibido como deprimente e indigesto. Por no hablar de la deliciosa diversidad de los 640 convenios colectivos que son otras tantas oportunidades para complicar un ejercicio ya inaccesible al común de los mortales. Aquí es donde la reforma propuesta encuentra su primer punto fuerte: hacer que este documento sea más accesible y educativo podría ayudar a ilustrar a los franceses sobre la composición de su ingreso neto.
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Sin embargo, el problema reside en el método previsto. Reducir la cantidad de información no es necesariamente la solución. Por el contrario, sería más sensato mantener un nivel de información detallada y al mismo tiempo mejorar la forma en que se presentan y explican estos datos. Cada deducción merece una definición y un contexto claros, que permitan comprender que la transición de bruto a neto no es una simple evaporación de los salarios, sino la financiación de las prestaciones sociales. Estos, aunque se perciben como una carga, en realidad son inversiones en seguridad y bienestar personal, que brindan protección contra gastos potencialmente agobiantes en caso de enfermedad, desempleo o jubilación.
También es fundamental comprender que estas deducciones, a menudo vistas como una carga, en realidad constituyen una forma de “salario diferido”. Este poder adquisitivo, aunque retirado, se redistribuye en otras formas, como la cobertura sanitaria o las pensiones de jubilación, elementos muchas veces infravalorados a la hora de evaluar el salario neto.
En consecuencia, si bien la iniciativa puede parecer loable a primera vista, corre el riesgo de no lograr su objetivo principal: hacer que todos los trabajadores franceses entiendan de manera transparente a dónde va exactamente el dinero de su trabajo. Por tanto, no se trata sólo de una cuestión de presentación, sino de una verdadera educación sobre el funcionamiento y los beneficios del sistema social francés.
El meollo del debate reside no sólo en la forma que debe adoptar la nómina, sino también en la carga fiscal y social general asociada a ella. Con una tasa de deducciones obligatorias que alcanzará el 46,1% en 2022, Francia encabeza la clasificación de los países de la OCDE en este ámbito. Esta realidad no sólo se percibe en la nómina, sino que está estrechamente ligada a ella. Sería bueno que el gobierno explicara más claramente cómo optimizar estas cargas para reducirlas y restablecer la competitividad laboral de Francia, permitiéndole generar crecimiento a largo plazo.
Por lo tanto, para que esta reforma sea plenamente efectiva, debe ir más allá de una simple renovación. Debe ir acompañado de un enfoque educativo sólido, que explique no sólo el “cómo” sino también el “por qué” de las muestras. Esto ayudaría a los empleados a comprender mejor el valor real de su trabajo y las protecciones que adquieren a cambio de sus contribuciones.