Conductor de autobús golpeado en julio de 2022, conductor agredido en Dugny en agosto de 2020… Contra estos actos reprobables de los que sus agentes son víctimas habitualmente, la RATP endurece su tono. Este viernes, la autoridad autónoma de transportes de París anunció el lanzamiento de una campaña de información “antiagresión”. Objetivo: denunciar las agresiones sufridas por los trabajadores de la empresa y recordar que sus perpetradores corren el riesgo de “sanciones penales”.
En 2022, un peritaje realizado para el CSE de la red de superficie de la autoridad ya señalaba una situación preocupante, con una explosión en el número de conductores de autobuses atacados. El año pasado, la agencia registró “más de 1.200 ataques” a sus empleados en toda su red, o más de tres por día. Estos actos, que podían ir desde escupitajos e insultos hasta agresiones físicas, estaban dirigidos principalmente a agentes en contacto directo con la población, como maquinistas, controladores o agentes del GPSR responsables de la seguridad. Una valoración injustificable, insiste la empresa de transporte público: “Tener prisa, estar de mal humor, estar cansado o incluso haber sufrido interrupciones en el viaje, nada justifica nunca la violencia, especialmente hacia los agentes que prestan los servicios diarios y cualesquiera que sean las circunstancias, una misión de servicio público a los viajeros”, señala en un comunicado de prensa.
Desde el viernes se desplegarán 5.000 pegatinas y 11.200 carteles «para cuestionar a los usuarios» sobre estos actos de violencia y provocar una «verdadera conciencia colectiva». Además, la autoridad elogia la creación de un «sistema completo de lucha contra la agresión», formando a sus agentes para calmar situaciones de tensión, dotándolos de alarmas discretas para hacer sonar la alerta en caso de agresión y aumentando el número de cámaras. en la red o animando a los empleados atacados a presentar denuncias sistemáticamente. Los autores de agresiones verbales o físicas, por su parte, se arriesgan a multas de hasta 150.000 euros y diez años de prisión. Suficiente para calmar el ardor de los viajeros más virulentos.