Colapsar. Se corrió la voz. Y, esta vez, no fueron notorios colapsólogos como Pablo Servigne o Yves Cochet quienes lo pronunciaron, aunque lo corean desde hace años como quien blande un trapo rojo. No, no es otro que el Secretario General de las Naciones Unidas quien habló así hace unos días sobre el clima.
Antonio Guterres está acostumbrado a fórmulas impactantes. Entonces, sí, a nadie se le habrá escapado que este verano estuvo marcado por fenómenos climáticos extremos: olas de calor tardías, sequías, lluvias torrenciales, incendios devastadores con consecuencias a menudo dramáticas en todo el mundo. Por primera vez, en septiembre se activó la vigilancia naranja en Francia. Y el Instituto Europeo Copérnico nos lo acaba de recordar, a menos de tres meses de la COP28 en Dubái: el verano de 2023 fue el más caluroso registrado en la historia de la humanidad
Pero, ¿es realmente eficaz este tipo de discurso que juega con el miedo? Durante más de veinte años, los científicos han estado haciendo sonar la alarma y muchas ONG han estado gritando al lobo, en vano.
Hoy en día, si el gran público es cada vez más consciente del tema es porque estos fenómenos le afectan más de cerca. Porque los desastres provocados por el cambio climático ya no son sólo problema de los demás, de los que viven lejos, en la pobreza. Está aquí y ahora: en España, en Grecia o incluso en el sur de Francia. Y para animar a los ciudadanos a actuar, no hay nada como crear esperanza en lugar de miedo, emociones positivas en lugar de negativas, ejemplos inspiradores y modelos a seguir en lugar de drama.
Esta es la tendencia de mañana en Le Figaro, de resaltar estos modelos, estos emprendedores de esperanza, estas iniciativas a veces un poco locas y que funcionan, incluso con pocos medios. Para que todos quieran actuar. Porque con Confucio pensamos que “el que mueve la montaña es el que empieza a quitar las pequeñas piedras”.
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