Biopic de Tina Satter, 1h22.
El 3 de junio de 2017, Reality Winner, de 25 años, volvió a casa con los brazos llenos de bolsas de la compra. Dos agentes del FBI esperan frente a su casa al empleado militar, lingüista y criptólogo de la empresa Pluribus International Corporation. El agente Garrick (con bigote) y el agente Taylor (sin bigote) son corteses y considerados. Ayudan a la joven a llenar su refrigerador. Se preocupan por sus mascotas asustadas (un perro y un gato). No sabemos si se trata de aficionados o de destacados manipuladores. También preguntan si hay armas. Hay. No dicen el propósito de su visita. Otros agentes del FBI se unen a ellos y realizan una búsqueda mientras continúa el interrogatorio en una habitación vacía de la casa. A partir de este material donde nada se inventa, pero donde todo es asombroso, Tina Satter escenifica un resumen de la América posterior al 11 de septiembre. Sydney Sweeney juega todo en matiz Reality Winner, denunciante con un perfil paradójico. Un thriller psicológico en forma de cámara opresiva. ES
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Dramas de Victor Erice, 2h49.
Cierra los ojos es el cuarto largometraje de Victor Erice, un octogenario adorado por El espíritu de la colmena (1973). Su regreso al cine no podía sino deleitar a sus admiradores, muy felices de descubrirlo en el último Festival de Cine de Cannes en la sección Cannes Première. Adivinamos la ambición del cineasta español. Filmar el paso del tiempo, los arrepentimientos, la amistad, y el cine de saludo, el arte del fantasma. Este es el sentido de la búsqueda de Miguel, un cineasta en busca de Julio, un famoso actor desaparecido de la noche a la mañana veinte años antes. La forma misma cuestiona. Cerrar los ojos no es tan distinto a una telenovela cuyos guionistas habrían cargado el barco de clichés (niño muerto, amores desbocados, whisky…) y dejado pasar las horas. No recuperamos el tiempo perdido en 2h49. ES
Western de Pedro Almodovar, 31 minutes.
Almodóvar está tan de moda que su última película está producida por Yves Saint-Laurent. Cine, hay que decirlo rápido. El director se contenta con lo mínimo: un western de media hora. Como estamos en Almodóvar y obviamente no se ha recuperado de haberse perdido Brokeback Mountain en ese momento, este es un western gay. El género le sienta como las botas de luna a un camello. Bienvenido a Bitter Creek. Es una ciudad en la que Ethan Hawke es el sheriff y sufre un dolor de espalda que la secuela resultará imaginaria. Cual no es la sorpresa del valiente Jake al ver llegar por la calle principal a este buen viejo Silva, un apuesto moreno con el que vivió una tórrida pasión veinticinco años antes. La reunión está marcada por miradas llenas de insinuaciones. El vino revive sentimientos que estaban adormecidos con un solo ojo. Por la mañana, se despiertan en la misma cama. El resultado parece un boceto inédito de los Desconocidos. Se duda, sin embargo, que Almodóvar practique el segundo grado. Ethan Hawke, con su estrella en el pecho, está extrañamente extinto. Pedro Pascal, con el ceño fruncido, juega como un modelo que imitaría a un Jack Palance en bromuro. Su chaqueta de mezclilla verde está bien. Él es la verdadera estrella. El escenario aparece a los suscriptores ausentes. Ang Lee puede dormirse en los laureles. Así son las duras leyes de occidente, caballero. Como los espectadores no vendrán por tan poco, las distribuidoras se sumaron al programa La voz humana, ya editado en DVD. Misma duración. No se sabe si hay un intermedio. Los pocos que recuerdan recuerdan este «remake» donde la oscura Tilda Swinton reemplaza a la ardiente Anna Magnani en este texto de Cocteau dirigido por Rossellini. EN.
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Drama de Patric Chiha, 1h43.
Esta es la historia de una cita perdida. En La bestia en la jungla, un cuento considerado uno de los más enigmáticos y ambiguos de Henry James, dos estadounidenses, John y May, se enamoran sin llegar a actuar. El joven está convencido de que una bestia peligrosa acecha en algún lugar, algo terrible que podría suceder, sin que nadie sepa qué es. A pesar de su amor por May, está convencido: el matrimonio solo precipitaría su desgracia. Patric Chiha traslada la trama de esta historia a un club nocturno, entre 1979 y 2004. Sentimos en cada plano el deseo de plasmar la increíble extrañeza de sus personajes, que se encuentran cada semana sin decirse que se aman. Los dos actores interpretan incansablemente la misma partitura. Tienen veinticinco, treinta, cuarenta años, las mismas personas sentadas en los mismos sillones. Los tiempos cambian, ellos no. El escenario tampoco avanza. Si Henry James describió brillantemente las andanzas de estos personajes condenados, las de Patric Chiha parecen estar a flote.