No se desaconseja un poco de falta de cultura. Aparte de unos pocos amantes de la música, ¿quién conocía a Josef Myslivecek? El compositor (1737-1781) se había hundido en el olvido. Hay que decir que tiene un nombre impronunciable y eso no debe haber ayudado a que sea recordado. Petr Vaclav repara esta injusticia con una película biográfica amplia, rica y clásica. A partir de ahora, será penoso ignorar al que, por su lugar de nacimiento, fue bautizado “Il Boemo” (no hace falta molestar a los traductores simultáneos).

Su padre molinero se opuso a su vocación. Este Don Quijote de la teoría musical se dispuso a atacar otros molinos. En Venecia, dirige óperas y no rechaza algunos papeles finos. Las dos áreas son para él el mismo requisito. No bromeamos con partituras ni con orgías. Elegir un cantante es una proeza. Ella debe tener «una voz que se acerque a lo imposible». En las alcobas no se trata de arrojarse en brazos de gente fea. Varita en mano o bajo las sábanas, no está prohibido llamarlo maestro. Un largo romance con un aristócrata marca estos viajes por Europa. Nápoles, Praga, Bolonia, Padua, Múnich, viajes de talentos. La Gabrielli -esa voz- será la diva perfecta. Los teatros abarrotados lo aplauden. La nobleza del tiempo se siente como en casa allí. El espectáculo no es sólo en el escenario. En los vestuarios están pasando cosas bonitas. Descorrimos el telón y surgen diferentes vocalizaciones. Asistimos a un ballet de cabezas coronadas, maridos celosos, mecenas y cortesanas. Las audiciones se suceden. El romanticismo empieza a ganar terreno. La reconstrucción fluye naturalmente. La era está aquí, viva. Los flashbacks arrojan nueva luz sobre el itinerario de este talentoso hombre.

El jovencísimo Mozart lo admiraba (lo vemos durante una secuencia vibrante donde el niño del clavicémbalo asombra a su mentor). El rey Fernando I no duda en defecar en una olla frente al héroe asombrado y apenas humillado. Al final, Josef luce una máscara de carnaval. No es por ir de incógnito a fiestas libertinas a lo Eyes Wide Shut: su rostro es devorado hasta los huesos por la sífilis.

La película tiene aliento, ambición, además de cierta modestia. Evita las efusiones de lirismo, lo cual es un desafío dado el tema. No más encogerse de hombros mientras escucha Il Bellerofonte o Demetrio. Treinta óperas, ochenta y cinco sinfonías, el repertorio es amplio. Il Boemo es un éxito. Hará las delicias de los aficionados, hará las delicias de los cinéfilos. El actor (Vojtek Dyk) es un alto, rubio suave, parecido a Ryan O’Neal en Barry Lyndon (se le pide a Kubrick que abandone estas líneas lo antes posible). Eso sí, los críticos, siempre vagos, lo compararon con Amadeus, un modelo baterista del género. Al menos no está el insufrible Tom Hulce ahí. La verdadera estrella aquí es la música.