Bajo el monorriel suspendido de Wuppertal, la ciudad de la célebre coreógrafa alemana Pina Bausch, bailan alineados en medio de una calle, formando una gigantesca cinta multicolor, todo salpicado de color como en el festival indio Holi. Con edades comprendidas entre los tres meses y los 88 años, estos 182 profesionales y aficionados participan en el primer proyecto del francés Boris Charmatz, de 50 años, director durante nueve meses del Tanztheater Pina Bausch, en Wuppertal, una ciudad del Ruhr en el oeste de Alemania.

“Como primer gesto, me parece muy bonito ver a inmensos profesionales, que desde los 5 años lo han sacrificado todo por esta profesión, mezclándose con gente que trabaja en tiendas de lencería, enseña o está jubilada”, explica la coreógrafa. La rue de la performance n’a pas été choisie au hasard: elle apparaît dans le road movie Alice dans les villes, filmé en 1974 par le réalisateur allemand Wim Wenders, grand ami de Pina Bausch, à qui il a consacré un documentaire en 3D en 2011.

Desde la muerte del artista alemán, abatido por un cáncer deslumbrante en 2009 a la edad de 68 años, se han sucedido cinco direcciones en el Tanztheater, creado en 1973. En este templo mítico de la danza contemporánea, ocupado por una compañía de n una treintena de bailarines y unos sesenta empleados, “el espíritu de Pina Bausch está en todas partes”, reconoce Boris Charmatz.

Fue nombrado el pasado mes de septiembre por ocho años. Si nunca ha conocido al artista alemán, que ha trascendido las fronteras entre la danza y el teatro, «conoce su obra y está rodeado de gente que lo conoció: su hijo, el taxista, los bailarines». Quien es considerado uno de los líderes de la «no-danza», al hacer profesión de invadir todo tipo de espacios públicos y romper las fronteras entre las artes, cree que está «ahí para aprender».

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Y con los bailarines de la compañía “estamos en proceso de inventar un estilo híbrido entre su trabajo y el mío”, explica. Durante el happening del domingo, que duró tres horas y requirió diez días de ensayo, Boris Charmatz quiso incluir a todo tipo de personas diferentes, como un bebé de tres meses, Samu, con síndrome de Down. “Para nosotros era importante participar en familia”, explicaron sus padres, Günter Kömmet, de 52 años, y su esposa Nadine, de 45, quien baila cargando a su hijo.

Acompañados por música de órgano, los bailarines realizan cada uno sus propios movimientos que ellos mismos han inventado en base a varios temas como el amor, la muerte, los errores informáticos. Para ilustrar «manifestación», uno de ellos comienza a gritar «wir sind das Volk» («Nosotros somos el pueblo», el famoso eslogan coreado por los manifestantes de la antigua RDA comunista antes de la caída del muro en el otoño de 1989, Nota del editor). «No nos mires, únete a nosotros», lanza la bailarina francesa Marie Garric desde Angers.

Jutta Geike, de 65 años, residente de la vecina localidad de Remscheid, dice que encuentra en esta actuación el espíritu de Pina Bausch, para quien bailó durante cinco años. “Ella nos dejaba hacer nuestros movimientos, que también es el caso aquí”, dice esta exartista que no bailaba desde hacía doce años.

Después de este espectáculo gratuito, Boris Charmatz presentará durante una semana, hasta el 29 de mayo, varios proyectos en interiores y exteriores en Wuppertal: un solo «dormido» que concibió e interpretó silbando, un ballet de Pina Bausch Palermo, Palermo, el primero de que data de 1989. Siempre en este espíritu de romper los límites entre los bailarines y el público, los espectadores están invitados durante dos días a participar en el calentamiento y un poco de ensayo de Palermo, Palermo. Su primera creación, titulada Liberté Cathédrale avec la troop, se presentará en una iglesia de Wuppertal en septiembre.