«Aquí está el terrorista al que se refería Emmanuel Macron». En el palco de los acusados ​​designado por Yo Chloé Rueff se encuentra un hombre alto y delgado, envuelto en un vellón verde, de aspecto demacrado. Owen C., de 24 años, fue condenado este lunes a seis meses de prisión por el Tribunal Penal de Versalles por “portación prohibida de un arma”. El 13 de octubre, pocas horas después del atentado terrorista de Arras, fue detenido en posesión de un cuchillo de cocina cuando salía de la mezquita de Limay, en Yvelines. Ese mismo día, reaccionando al asesinato del profesor de literatura en el Norte, el Presidente de la República habló de otro “intento de atentado”, esta vez frustrado, en referencia a esta detención a 190 kilómetros de Arras.

«Qué decepcionante debe ser imaginar a un gran villano radicalizado y encontrarse con Owen C.», bromeó Me Rueff, su abogado, denunciando un caso «utilizado con fines políticos». Sin embargo, el 13 de octubre, el comportamiento del joven, ya condenado por los mismos delitos, preocupó a la policía.

Mientras Francia se entera de la muerte de un profesor a manos de un terrorista islamista, los funcionarios públicos reciben órdenes –a nivel nacional– de reforzar la vigilancia en torno a las escuelas. Fue entonces cuando una brigada que patrullaba en Limay vio a Owen C. con una chilaba, gafas de sol en la nariz y una capucha en la cabeza. Sale de la mezquita, pasa por delante del instituto Condorcet y camina por la acera detrás de un grupo de chicas de instituto.

Intrigado, la policía lo arrestó y descubrió un cuchillo de cocina en su bolso. Mientras estaba bajo custodia policial, Owen C. explica que unos días antes recogió en la calle esta hoja de unos diez centímetros. “Lo guardo en el bolso por si alguien me hace algo grave”, le confirma tímidamente al presidente este chico que vivió un tiempo en su coche. “Durante este período, fui atacado. Me traumatizó un poco. Y luego, hace unos días, un utilitario casi me atropella, pensé que me iba a morir. Después de eso, entré en pánico y pensé que un cuchillo me protegería. El problema fue que luego se me olvidó que lo tenía conmigo. No estaba planeando salir con eso”, continúa.

Al mismo tiempo, la policía registró la casa de la madre de Owen, donde éste se alojaba desde hacía algún tiempo. Lo que descubren allí agrava aún más las sospechas en su contra. “Libros para aprender la lengua árabe, sobre el Corán y literatura que defiende la sharia”, enumera el presidente. “Es curiosidad. Investigo sobre el Islam porque me interesa y encuentro las respuestas en los libros”, explica, afirmando no haberse convertido al Islam.

“Sólo voy a la mezquita cuando siento que necesito respirar, pero no me gusta mucho”, asegura este hombre que hasta hace unas semanas trabajaba como camarero en un hotel de lujo en París. Si viajó a Egipto y Arabia Saudita en los últimos años fue simplemente para aprender árabe, sostiene.

“¿Por qué encontramos en sus teléfonos fotografías y vídeos propagandísticos del Estado Islámico que muestran muertes violentas por armas de fuego y decapitaciones?”, pregunta el presidente, intentando aclarar este intrigante perfil. “No lo entiendo, en Telegram (un servicio de mensajería en línea, nota del editor) hay de todo. Nunca quise ver este tipo de contenido, eso sí, me impacta. No quiero que me relacionen con gente que hace cosas así”, intenta hacer oír al tribunal. “Pero cuando correlacionamos esto con el ataque que acaba de ocurrir en Arras, podemos preguntarnos por qué había un cuchillo cerca de una escuela secundaria. ¿Existe una conexión? «No. Estoy buscando trabajo activamente. Lo que quiero es trabajar, adquirir habilidades, eso es todo”, responde, tirando nerviosamente de sus mangas.

¿Está Owen C. radicalizado? La cuestión está en el centro de los debates, pero no por eso será juzgado este lunes. “Se le acusa de un delito de derecho común en un contexto nacional particular, con una personalidad intrigante y preocupante”, resume el fiscal. Para el fiscal, el acusado es el arquetipo del joven que se radicalizó solo: “Parece cautivado por vídeos impactantes y mortales. No habla con sus seres queridos. Lleva muchas semanas deambulando y ahora está desempleado”. Si bien portar un arma prohibida se castiga con hasta una pena de prisión, el fiscal exige ocho meses de prisión.

El abogado defensor se levantó de un salto. “Estoy horrorizado por el retrato que estamos intentando pintar de él. Todo lo que pasó en Arras le resulta completamente ajeno. De los libros encontrados en su casa, no hay ninguno en el que exista una sospecha real de salafismo. Mi cliente quiere aprender árabe para leer el Corán por su cuenta sin dejarse influenciar por nadie. Estamos juzgando una práctica que no tiene cabida en los tribunales”, argumenta Rueff. ¿En cuanto a los videos de ejecución? “Sí está en canales donde se transmiten este tipo de imágenes pero hoy lo despiden por delito común. ¿Por qué no lo juzgamos por glorificar el terrorismo si su comportamiento es tan peligroso? Sencillamente porque no se sostiene: él nunca reaccionó a estos vídeos y no difundió ninguno de ellos”, afirma.

La abogada defensora pide que su cliente quede en libertad, “como máximo con la obligación de cuidar y trabajar”. El tribunal optó por la severidad, lamenta. “Da miedo ceder al pánico y la paranoia en los tribunales. No debemos dejarnos abrumar por la emoción que invade a Francia desde el viernes”, concluye Mé Rueff, que anuncia su intención de apelar.