LE FÍGARO. – ¿Qué representa para ti el mundo lírico?
¿Por qué La flauta mágica?
De todos los Mozart, es sin duda el más alejado de cierto naturalismo con el que a veces se asocia mi cine. Una pieza muy fantasmagórica, pero a la vez más compleja de lo que parece. Con muchas rejillas de lectura posibles. Me hice muchas preguntas para saber qué camino tomar. No quería abordarlo a través del prisma trillado de la masonería. Menos aún para borrar el lado encantado que hace la sal de esta obra. Pero esta maravilla no debe impedirnos ser contemporáneos. Sobre todo en la Ópera, que puede que ya tenga una imagen algo desfasada.
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¿El cineasta que temes trabajar con cantantes?
No es el hecho de trabajar con cantantes lo que temo, sino la relación con el escenario, que es nueva para mí. ¡Nunca he hecho una producción de teatro! Cuanto más avanzo, más me doy cuenta de cuán diferente es el mundo de la ópera y las artes escénicas en general, en términos de trabajo, del cine. Tanto en términos de espacio, ya que tienes que lidiar con el espacio cerrado del escenario, como de temporalidad. En un set de filmación, las fases de filmación están extremadamente fragmentadas.
En la Ópera hay una fluidez a la que no estoy acostumbrado. Es como una toma continua. Y, al mismo tiempo, me resulta tremendamente emocionante: siempre he sido muy ecléctico, me encanta enfrentarme a nuevos universos. Como pude hacer con la danza en la película En corps y especialmente hace quince años cuando rodé Le Parc de Preljocaj. Además, para la flauta, decidí usar muy poco video, a excepción de un solo pasaje, ¡que será una especie de tributo surrealista a Pina Bausch y su Kontakthof!