La censura de un documental sobre la relación entre un músico estrella argentino y Cuba tiene desde hace varios meses enfadado a los cineastas de la isla que reclaman poder ejercer su arte con libertad. «¡El cine cubano será libre o no será!», dijo este martes entre aplausos el actor cubano Luis Alberto García al recibir un premio en el Festival Internacional de Cine de Gibara, en el oriente cubano.
El actor dedicó su premio a la Asamblea de Cineastas Cubanos, integrada por unos 400 profesionales, que recientemente protestó contra la censura de un documental titulado La Habana de Fito, que narra el vínculo forjado desde la década de 1980 por el rockero argentino Fito Páez, una celebridad en América Latina, con capital cubano. «Fue la gota que colmó el vaso de muchos problemas y censuras históricas dentro de la cultura de la revolución cubana», dijo a la AFP el director Juan Pin Vilar, de 60 años.
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Todo comenzó en abril cuando el Ministerio de Cultura prohibió la transmisión de tres documentales, incluido el de Juan Pin Vilar, en un pequeño espacio cultural independiente de La Habana. Ante las protestas del cineasta, el documental fue finalmente transmitido por la televisión cubana, pero incompleto y sin la autorización ni del autor, ni del productor, ni del cantante. Selon le réalisateur, la réaction des autorités concerne un passage du film où Fito Paez questionne la version officielle de la mort du guérillero révolutionnaire Camilo Cienfuegos, disparu en 1959, et la condamnation à mort en 2003 de trois jeunes qui avaient détourné un bateau pour émigrer En los Estados Unidos.
La transmisión de la película por televisión motivó a unos 600 artistas a firmar una declaración denunciando este tipo de «procedimiento (…) que se ha vuelto sistemático» en el cine cubano. Entre los firmantes, el cantante Silvio Rodríguez, el director Fernando Pérez o incluso Jorge Perugorría, actor principal de la emblemática Fresa y Chocolate (1993).
«Exhibir (la película) en televisión promueve la piratería» y «arruina la vida que podría tener en festivales internacionales», explica a la AFP Miguel Coyula, un cineasta de 46 años que dice rodar sus películas en la clandestinidad para evitar el acoso policial. Proyectó en casa durante dos años su película Corazón Azul (2021), presentada en algunos festivales en el exterior pero ignorada por los cines cubanos. “Es como si hubiéramos llenado el Chaplin dos veces”, dice, refiriéndose al principal cine de La Habana. Es en este cine que a finales de junio se produjo un encuentro sin precedentes entre los integrantes de la Asamblea de Realizadores y funcionarios gubernamentales, entre ellos el representante del departamento ideológico del Partido Comunista de Cuba (PCC).
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Los debates se tornaron tensos cuando Miguel Coyula comenzó a filmar ciertas intervenciones, a pesar de las advertencias del presidente del Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica (ICAIC), Ramón Samada. “¡Somos cineastas independientes, estamos listos para que nos arresten porque nuestro trabajo es filmar!”, se puede escuchar gritar a Miguel Coyula en un video subido a Youtube. Unos días después, el director del ICAIC fue reemplazado y las autoridades anunciaron la creación de un grupo de trabajo para responder a las inquietudes de los profesionales.
La Asamblea de Realizadores, que supo de la creación de este grupo por la televisión, reaccionó declarando que no había recibido respuestas a «cuestiones puntuales y sistemáticas de censura y exclusión» y pidió una nueva reunión. En entrevista con el medio independiente cubano El Toque, Fito Páez se sumó a la polémica: “Soy amigo del pueblo cubano (…) Ellos no representan al pueblo cubano”, declaró en referencia a funcionarios departamentales.
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Para María Isabel Alonso, especialista en literatura y cultura cubanas de la St. Joseph’s University de Nueva York, la polémica es «el síntoma de un problema sistémico más importante: el derecho a la libertad de expresión artística de los creadores, en pugna con un modelo moralista y visión ideológica promovida por las autoridades”.
En noviembre de 2020, unos 300 artistas organizaron una manifestación sin precedentes para exigir más libertad de expresión. El diálogo con el ministerio se había roto.