Arnaud Benedetti es profesor de historia de la comunicación política asociado a la Universidad de París-Sorbona. Es redactor jefe de la revista política y parlamentaria. Publicó ¿Cómo murieron los políticos? – El gran malestar del poder (ediciones de Cerf, noviembre 2021).
LE FÍGARO. – El presidente Emmanuel Macron se dirigió a los franceses y francesas este lunes 17 de abril a las 20 horas por televisión, dos días después de la promulgación de la reforma de las pensiones. ¿Qué podemos aprender de esta intervención? ¿Crees que el momento es relevante?
Arnaud BENEDETTI – El momento hubiera sido apropiado para el discurso si el presidente hubiera dicho algo que no sabemos ya. Desde el momento en que escuchamos a Elisabeth Borne en la convención nacional de Renaissance, sospechamos que la intervención presidencial no traería nada nuevo. A falta de tomar un acto político fuerte, hizo comunicación. Obviamente estamos llegando al límite del ejercicio; cuando consideras que el problema es ante todo un problema de comunicación antes que un problema político, no sólo eres inaudible, sino que corres el riesgo de agravar el malentendido y la crisis que se injerta en ese malentendido. No buscó hacer otra cosa que pasar página en un conflicto sociopolítico que se prolonga desde hace casi tres meses.
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Lo intentó todo, hizo adoptar con las pinzas del parlamentarismo racionalizado, utilizando todos los recursos de este último, un texto que fue rechazado masivamente por los franceses y los sindicatos, comunicó en varias ocasiones, así como a sus ministros, sin resultados reales. .. Qué le queda sino afirmarse como dueño de la agenda y dictar a los franceses la salida de la secuencia, firme en su “victoria” parlamentaria. Al hacerlo, las reacciones de los dirigentes gremiales, los conciertos de cacerolas que acompañaron su discurso en muchas ciudades, atestiguan que el calvario está lejos de terminar y que en el juego de la comunicación ha perdido la batalla. ¿Qué recordaremos de esta velada, sino que fue primero la velada de las cacerolas antes de ser la del discurso presidencial?
“Tenemos ante nosotros 100 días de apaciguamiento, unidad, ambición y acción al servicio de Francia”, proclamó Emmanuel Macron, al dar cita “el próximo 14 de julio” para “hacer una evaluación inicial”. ¿Debe verse esto como un simple efecto de anuncio?
No se dirigió a los columnistas y comentaristas franceses, sino a los de la corriente principal, con la esperanza de que imprimieran sus elementos del lenguaje. Pero el problema de muchos comunicadores es malinterpretar a Francia y verla solo a través del prisma de los filtros editoriales. La estructura comunicativa del discurso presidencial pretendía deshacerse lo más rápido posible de la cuestión de las pensiones (dos minutos de introducción), justificar su adopción por última vez, reconocer que no obstante no fue aceptado (como si reconocer un enfado fuera suficiente para apaciguarlo) y aclarar rápidamente las perspectivas de futuro (los tres proyectos).
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El problema una vez más con su discurso es que está tapado por el inmenso escepticismo de los franceses, incluso más ruidoso que los conciertos de panes. En el fondo, buscó más ganar tiempo, a falta de soluciones inmediatas, esperando sin duda que el tiempo sería su mejor aliado para solucionar la crisis y, en cierto modo, desplazó la carga de ésta, de la que es cuando aún el principal responsable, sobre los hombros de su Primer Ministro. Traduzcamos prosaicamente la imagen de los 100 días: se trata de darle a Madame Borne la tarea de apagar el fuego hasta el verano. Le fijó una hoja de ruta muy general, pidiéndole que se las arreglara con ella y otorgándole una CDD adicional por un período.
Emmanuel Macron martilleó que seguirá discutiendo con los sindicatos para las próximas leyes. ¿Podría ser de otra manera?
Su palabra está fuertemente desmonetizada, porque utilizó un método que hizo perder la cara a todos los sindicatos, incluso a los más moderados. El diálogo en esta etapa es imposible, al menos hasta el 1 de mayo. Todo dependerá de la evolución de la situación en los próximos días sobre el terreno. Una de las hipótesis que no debe descartarse es que esta palabra del Jefe de Estado, no obstante un tono deliberadamente menos seguro y menos dominador, reactive las movilizaciones.
La respuesta inmediata de la intersindical es clara: se niega a responder a la invitación del presidente, por considerar que el jefe de Estado no toma la medida de la gravedad y profundidad de la crisis. Es cierto que subestima que nuestra democracia es social, incluso constitucionalmente social, como nos recordaba recientemente Alain Supiot en un artículo para Le Monde. ¿Emmanuel Macron es consciente de que la comunicación no disipará la fuerza de una tectónica que reclama poderosos resortes colectivos e históricos? Podemos dudarlo legítimamente después de su actuación, que constituye otro ejercicio de estilo tan frágil retóricamente como políticamente anémico…
¿Deberíamos ver en esta elección de «100 días», como los primeros 100 días del mandato de los Estados Unidos, una forma de americanización de la vida política?
Es solo la fórmula de un comunicador equivocado. Emmanuel Macron fue reelegido hace un año, te lo recordamos. Los franceses no le han otorgado la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, esperando que dialoge con la oposición, para estar más en sintonía con el cuerpo de la nación… Recordemos que históricamente los 100 días terminan en fracaso y los abdicación, la segunda, de Napoleón. Pero más allá de la metáfora que no tiene mucho sentido, todo sucede como si el presidente no hubiera querido usar las armas fuertes que le prodiga la constitución para salir de la crisis, en particular el referéndum.
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Emmanuel Macron ama tanto la democracia que solo la ama a través de un mundo paralelo, el de su Consejo Nacional de Refundación y sus consultas ciudadanas. El hecho de no tener mayoría absoluta debió permitirle «reparlamentarizar» el régimen, no lo hizo; la reforma previsional debió permitirle cuestionar al pueblo, no lo hizo. Todo sucede como si hubiera optado por su supervivencia política «cueste lo que cueste», incluso en detrimento de las instituciones. ¿Es eso razonable? Cuanto más se niega a tomar un acto político fuerte, más retrasa el fin de la crisis, más se pone en el malestar político y menos protege a las instituciones.