Gilles-William Goldnadel es abogado y ensayista. Cada semana, descifra las noticias para FigaroVox.
La Liga de los Derechos Humanos (LDH), que vivía hasta hace poco de una reputación que data de Alfred Dreyfus, la ahogó en las grandes cuencas de Sainte-Soline.
Con la colaboración de varios medios de comunicación de izquierda, intentó en vano hacer creer que los malos gendarmes habían impedido deliberadamente que los servicios de emergencia acudieran a atender a los simpáticos manifestantes.
La realidad, más ingrata, es que la policía no pudo autorizar a los cuidadores a intervenir a riesgo de sus vidas mientras cayeran cócteles molotov como en Gravelotte durante esta reunión prohibida.
En esta secuencia, el Ministro del Interior Gérald Darmanin había cometido un imperdonable e irreverente crimen de lesa majestad con respecto a la izquierda delicada al declarar que no excluía una revisión de los generosos subsidios estatales pagados a la venerable organización.
En realidad, estos últimos, con total impunidad, se habían hundido durante mucho tiempo en el extremismo de izquierda. Refiero a mi lector en particular al excelente artículo de Guillaume Perrault en estas columnas. Muestra cómo la Liga optó por no protestar contra los juicios de Moscú, e incluso los excusó o incluso los justificó. Una asociación que pretendía defender los derechos de los hombres y que habría cometido tal crimen debería haberse disuelto en la acidez de la reprobación pública. Pero ella se beneficia de lo que he llamado un «privilegio rojo» de los medios y, a veces, desde el punto de vista legal.
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En el último período, la LDH habrá seguido la vertiente moralmente decreciente del islamoizquierdismo practicando un laicismo selectivo tendiente a prohibir las guarderías en los ayuntamientos de la República mientras defiende el uso del velo en la vía pública. Es en este marco ideológico, que en buena lógica, la Liga habrá mezclado sus pasos con los de los miembros de la Francia rebelde en la manifestación organizada por el desaparecido CCIF para protestar contra la supuesta islamofobia. Fue en esta manifestación que vimos estrellas amarillas centelleantes que supuestamente mostraban que los musulmanes de hoy conocían la terrible desgracia de los judíos de ayer.
Cualquiera que piense que ve incluso un filosemitismo torpe en esto, tal vez se ponga rápidamente a trabajar, para ver el apoyo que la LDH brinda a Salah Hamouri. Independientemente de cómo se mire el conflicto israelo-palestino, es difícil pensar que apoyar a un militante del FPLP (Frente Popular para la Liberación de Palestina) condenado en 2008 por los tribunales israelíes por haber planeado el asesinato de un rabino, entre en el objeto social de una asociación que se proponga contribuir a los derechos de los hombres.
A fortiori cuando sabemos que el protegido de la Liga frecuentaba a Samir Kuntar que fue condenado por haberle roto el cráneo a una niña de cuatro años con una piedra.
En realidad, estamos bastante lejos de Alfred Dreyfus.
En cierto modo, Amnistía Internacional, por idénticas razones ideológicas, siguió el mismo camino.
Originalmente, Amnistía tenía el objetivo apolítico admirable y muy admirado de rescatar a los encarcelados en todo el mundo por razones políticas.
Por desgracia, a lo largo de los años, la asociación internacional también se ha hundido en cuerpo y alma en un islamismo de izquierda bastante desinhibido.
Así pensó inicialmente que se negaba a apoyar a Alexandre Navalny, el valiente prisionero de Putin, bajo el alucinante pretexto de algunas de sus vigorosas declaraciones contra el islamismo. Ante las indignadas protestas, la organización tuvo que revisar su posición sin mucha espontaneidad.
Aún dentro de este mismo marco ideológico, Amnistía apoya sin reservas la migración masiva e ilegal en detrimento de la soberanía de los pueblos occidentales.
Asimismo, fue Amnistía Internacional quien popularizó el crudo pero demoledor mito de Israel como “Estado de apartheid”.
Pero fue en la tragedia del ataque a la sinagoga de la rue Copernic (1980) donde la organización debió dañar definitivamente su reputación.
Publiqué una columna en Le Figaro el 7 de abril en la que explicaba que había llegado al lugar sembrado de víctimas ensangrentadas unos minutos después de la explosión. Cuarenta y tres años después, representé a partes civiles ante el Tribunal de lo Penal. Es decir cuánto me habrá marcado el drama.
En la referida tribuna recordé que las organizaciones de extrema izquierda con escaparate habían logrado derribar en ésta a 200.000 manifestantes para gritar su odio a la extrema derecha fascista y necesariamente responsable de la infamia.
Contrariamente a las fantasías o esperanzas de la izquierda supuestamente antifascista, el autor de la masacre antisemita no era de extrema derecha. Su nombre es Hassan Diab y fue miembro del grupo terrorista de extrema izquierda PFLP. Acaba de ser condenado en rebeldía el viernes a cadena perpetua por el Tribunal de lo Penal de París.
Amnistía Internacional ha brindado a Hassan Diab todo su apoyo durante los últimos años.
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