¿Has soñado un día en el teatro con decirles a los actores que son malos? ¿Para levantarte de tu asiento y hacerles ver el alcance de su mediocridad? ¿Aún más subversivo, comparar su trabajo con la toma de rehenes, lo que descaradamente desperdicia su tiempo y dinero? Es esta fantasía la que pone en escena Quentin Dupieux en su última película, Yannick, un concentrado de humor y bromas protagonizado en gran parte por su actor principal, Raphaël Quenard. Los críticos de la prensa francesa, a los que seguro que la idea les ha picado en varias ocasiones, parecen haber agradecido esta nueva farsa del director de Fumar te hace toser.
Leer tambiénFumar te hace toser, Quentin Dupieux te hace reír
“En el teatro, no lo sabemos. De todas formas, en el cine hacía tiempo que no nos reíamos tanto”, se entusiasma Eric Neuhoff, en las columnas de Figaro. Elogia tanto las actuaciones como el genio cómico de Raphaël Quenard, para quien se escribió la película. El comediante de Grenoble es «probablemente la mayor revelación cómica desde Bernard Menez», el juez Neuhoff.
En Liberation, se elogian los méritos de una película «simple», una película «despojada de las locuras y los números traviesos de los que el cine de Dupieux no ha podido (o querido) prescindir durante mucho tiempo». ¿El director aguanta su mejor película? En cualquier caso, aborda frontalmente un impensado cine de autor contemporáneo, apunta Marie Klock. Ver a Quentin Dupieux “escenificar su peor pesadilla, a saber, aburrir al público, además con un género, el teatro de bulevar, supuesto puro entretenimiento, es una delicia total”. «El cineasta no deja de interrogarnos sobre la naturaleza del arte y el lugar del espectador», abunda La Croix, que saluda una farsa «tan breve como brillante» de la que el director «tiene el secreto». Céline Rouden también elogia la actuación de Quenard, «alternativamente incómoda, perturbadora y luego conmovedora».
«Desdén por la clase, vanidad del pequeño mundo de la llamada cultura, locura que acecha en cada uno de nosotros: la misantropía de Dupieux va bien, su sentido de la concisión también», saluda L’Obs por su parte. Nicolas Schaller detecta en este nuevo largometraje una conexión con otros dos maestros del cine, Luis Buñuel y Bertrand Blier. Yannick es su “película más legible y sirve como manifiesto para que todos utilicen su método como un parásito iconoclasta en busca de la ingenuidad artística”. “Yannick es especialmente valioso porque hace aflorar, a través de su héroe, la figura del espectador, en general el gran impensado del cine de autor”, teoriza Mathieu Macheret en Le Monde. “Un espectador estadístico que, por primera vez, dentro de una película, hace oír su gusto se afirma como sujeto”.
Para leer también Raphaël Quenard, hacia las alturas
Télérama lleva la pregunta más allá: «Un suburbano, el lazo social roto, el sentimiento de humillación, la exasperación que se eleva a la violencia: maldita sea, ¿soñamos o es política?» La política sí estaría presente, según la revista, pero “astuta”, porque no se pone del lado de montar un “choque entre caillera y ricos”. Quentin Dupieux tiene la elegancia de enfrentarse a “un chico de los suburbios de Francia con un estómago blando en general”. O “todo un teatro de la Francia actual” con virtudes casi catárticas: “Dupieux traduce resentimiento, miedo, sadismo, vacío, el sentimiento de estar mal representado, de no ser reconocido. Un mundo de lo falso y lo lúgubre, en el que Yannick reinyecta emoción, como rey de la improvisación, como showman iluminado”.
El único inconveniente son los dispositivos del cineasta, según Thierry Chèze, de Première. “Hemos sufrido durante años viéndolo dormirse en los laureles en películas siempre con ideas brillantes, siempre con un elenco muy fuerte, pero siempre tan frustrantes en su ejecución”, explica el periodista. La película, demasiado corta, prescinde de una conclusión que habría sido apreciable, cree. «Probablemente proyectamos demasiado cada vez sobre Quentin Dupieux y su cine».