Las primeras películas francesas ocupan un lugar destacado en los estrenos de este miércoles. Al mismo tiempo que Jérémie Périn (Mars Express) y Rudy Milstein (No soy un héroe), Delphine Deloget es el feliz descubrimiento de la semana con Nada que perder, su primer largometraje, un drama nunca melodramático y de gran precisión. Pero el director no es del todo un principiante. Ganadora del premio Albert-Londres en 2015, se distinguió en el mundo del documental antes de incorporarse al de la ficción. Y al ofrecerle el papel principal a Virginie Efira, no podría haberse permitido una mejor tarjeta de entrada.
De manera desgarradora, la actriz interpreta a Sylvie, camarera de noche en un café-concierto de Brest y madre soltera cercana a sus dos hijos, Jean-Jacques, el mayor, y Sofiane. Pero este pequeño con tendencia hiperactiva come demasiadas patatas fritas… y también le gustan demasiado. Una noche, cuando su madre está trabajando y su hermano mayor aún no ha vuelto a casa, le entran ganas de cocinar y acaba en el hospital con quemaduras de segundo grado. Afortunadamente, nada grave, pero el accidente doméstico desencadenará una espiral infernal. Como el niño estaba solo, el hospital presentó una denuncia por abandono a Bienestar Infantil, que a su vez puso en marcha un procedimiento para colocar a Sofiane en una casa de acogida y disolver la unidad familiar.
Delphine Deloget juega con esta zona gris de los servicios sociales con límites borrosos, mientras que entre el 70% y el 80% de las acogidas infantiles actuales se deciden tras un fallo en su entorno y no debido a malos tratos. Pero si el escenario, muy bien documentado, se basa en testimonios reales, la película se libera de él. Deja un realismo crudo para centrarse en el retrato lleno de vida, casi carnal, de una mujer que no se rinde, con el instinto de supervivencia anclado en su cuerpo, a pesar de obstáculos cada vez más insuperables.
Bajo una presión constante, escapando del marco, lucha un poco como Don Quijote contra los molinos de viento, no se detiene nunca, huye, vocifera, se rebela, se desahoga destruyendo una estufa de gas quemada o haciendo estallar globos. Si nuestra empatía nos empuja hacia este personaje de madre amorosa a pesar de estas debilidades y conmovedora en su determinación de recuperar su “sapo”, los demás actores no completan los números. Nada es maniqueo y cada uno tiene su propia verdad.
India Hair, en un grupo de apoyo de padres angustiados y resignados, inquietante en el papel del trabajador social que teme perderse a un niño maltratado, Félix Lefebvre, un joven actor que explotó desde que François Ozon lo reveló con Verano 85, en el papel del hermano mayor introvertido que debe encontrar su lugar en medio de este caos, y Arieh Worthalter, decididamente imprescindible, en el papel del tío cómplice.
Enfrentada en los cines a las grandes batallas napoleónicas lideradas por Ridley Scott, esta lucha tristemente ordinaria pero heroica de una madre, más de tres cartas que de bicornio, también merece los campos de honor.
La Nota de Fígaro: 3/4