Jean Garrigues es presidente de la Comisión de Historia Política y Parlamentaria. En particular, publicó Los escándalos de la República. De Panamá a Cahuzac (Nuevo Mundo, 2013). Último libro publicado: Días Felices. Cuando los franceses soñaron juntos (Payot, 2023).

EL FÍGARO. – Diez años después de su dimisión del gobierno de Jean-Marc Ayrault tras las revelaciones sobre su cuenta bancaria en Suiza, Jérôme Cahuzac inició su regreso a la política. ¿Puede un político salpicado por un escándalo financiero volver a la vida pública? ¿Ha habido precedentes?

Juan GARRIGUES. – Ha habido precedentes, incluso durante la Quinta República. Pensemos en Alain Carignon, alcalde de Grenoble condenado en 1996 por corrupción y malversación de activos empresariales por haber utilizado su influencia en empresas que financiaban periódicos municipales que en realidad eran sus periódicos de campaña. Regresó a la política en 2002 después de cinco años de inelegibilidad. Asimismo, el alcalde de Levallois-Perret, Patrick Balkany, volvió a ser alcalde en 2001, tras haber sido condenado por primera vez en 1996.

Estos dos ejemplos muestran que los retornos son posibles, pero son menos significativos que el retorno de Cahuzac. El asunto Cahuzac fue una explosión política y un terremoto mediático, uno de los mayores escándalos de los últimos años, junto con el asunto Strauss Kahn y el asunto Fillon: un ministro encargado de reprimir el fraude fiscal que se comprometió en este delito. Sobre todo, la mentira pública fue muy espectacular, con la prensa en entrevistas y frente a toda la Asamblea Nacional reunida; tenemos que remontarnos al escándalo de Panamá en 1892 para ver a ministros y diputados incriminados negando en la Cámara su responsabilidad en este asunto de corrupción. El escándalo de Cahuzac ha profundizado la desconfianza entre los ciudadanos y sus funcionarios electos, y el asunto también ha perjudicado enormemente a François Hollande, a quien inicialmente se acusó de sofocarlo.

Su dimensión excepcional hace que el regreso de Cahuzac no entre en el comentario habitual sobre este tipo de acontecimientos. Incluso el caso de Balkany es de mucha menos importancia, porque pertenece más a la vida política local y su regreso fue sólo temporal y terminó en prisión. Asimismo, A. Carignon nunca volvió a estar en el primer plano de la vida pública. Podríamos mencionar también el caso de Alain Juppé, condenado por financiación ilegal de la vida pública y regresado tras su exilio en Canadá, pero que no era más que un simple engranaje de un sistema de financiación secreto, o el de Henri Emmanuelli, tesorero del Partido Socialista incriminado en el asunto Urba, fue reelegido diputado en las Landas en 2000. Pero todos estos asuntos no tienen en absoluto el mismo valor simbólico que el que afectó a Jérôme Cahuzac. Y hay que recordar que los casos más numerosos son las retiradas definitivas de los políticos incriminados tras los escándalos.

Cahuzac afirmó “haber cumplido íntegramente su condena”. Si lo es incluso desde el punto de vista de la Justicia, ¿es posible la remisión en el mundo político y mediático?

Los ejemplos citados todavía eran posibles hace unos quince años, pero ya no lo son hoy, por un lado debido al carácter excepcional de este asunto, pero también por la evolución de las representaciones y percepciones de los franceses, que durante mucho tiempo El tiempo aceptó estos excesos político-financieros de manera más o menos resignada. Hoy en día, el grado de intransigencia en relación con la ejemplaridad de los funcionarios electos es mucho mayor. El regreso de Cahuzac, irremediablemente asociado a estos excesos, parece muy improbable: sus palabras no serán escuchadas.

Si bien reconoció la importancia de su culpa “en el plano criminal”, Nupes, según él, ha hecho “más daño a la izquierda” en el plano político. ¿En qué medida los escándalos que afectaron a la República han tenido consecuencias electorales?

Es imposible evaluar con precisión las consecuencias electorales de los escándalos: son una cuestión de psicología de masas, de la psicología colectiva de los franceses. Sin embargo, es indiscutible que siempre han sido importantes. Estos escándalos que afectaron a todos los partidos en los años 1990 –el asunto Urba por la financiación del PS, el asunto Méry, llamado así por el financiero oculto del RPR implicado en el asunto HLM de París– alimentaron el argumento de la oposición de la época de que es decir la extrema derecha, y sin duda no son ajenos a la llegada a la segunda vuelta de Jean-Marie Le Pen en 2002. Si retrocedemos más en la historia, justo después del escándalo de Panamá que involucró a 150 diputados y senadores corruptos, la Las elecciones de 1893 fueron una masacre para los diputados salientes. Estos escándalos alimentan la desconfianza y potencialmente provocan el aumento de la abstención y los grupos de protesta.

Es indiscutible que la Nupes, tal como fue presentada por Jean-Luc Mélenchon en 2022, puede ser discutida en sus resultados: la estrategia del conflicto ha llegado a su límite, como lo demuestran las previsiones para las elecciones europeas, desfavorables en LFI. . Sin embargo, el argumento de Cahuzac no se sostiene, porque habla de una realidad de otro orden que no es cuantificable.

Jérôme Cahuzac acusó a François Hollande de haber mentido a los franceses sobre la curva de desempleo. ¿Es más bien la moralidad de los políticos o su impotencia política lo que hace que los franceses desconfíen de ellos?

El discurso político mantiene verdades a medias, pero no necesariamente decir toda la verdad y presentarla de una manera para intentar restaurar la confianza pertenece a la misión del político. En su discurso, François Hollande sólo anticipa una realidad, la de la reducción del desempleo y la reanudación de una forma de crecimiento. El ejemplo histórico más famoso de lo que erróneamente se llama una «mentira política» es el «Te entiendo» del general De Gaulle lanzado ante la multitud en Argel el 4 de junio de 1958. Esta palabra se interpreta como la promesa de mantener la Argelia francesa, pero ilustra toda la ambigüedad del discurso político, sujeto a interpretaciones divergentes. Al ponerse al mismo nivel que François Hollande, Jérôme Cahuzac trivializa sus propias bajezas: mentí a los franceses sobre mis cuentas; les mintió sobre el desempleo. Compara lo incomparable: un crimen individual y un discurso que nada tiene que ver con la moral.

El deber de los políticos de dar ejemplo parece obvio hoy en día. ¿Siempre ha sido así?

El discurso siempre ha denunciado los excesos de personajes públicos, pero en realidad, los asuntos políticos y financieros han afectado a todas las Repúblicas. En la década de 1990 se produjo una especie de cambio debido a la movilización de los jueces: los “pequeños jueces” y las “operaciones de mano limpia”, denominadas así por lo ocurrido en Italia, “mani pulite”. Una reacción del poder judicial y de los medios de investigación, y por tanto de la opinión pública, provocó una mayor exigencia de transparencia por parte de los políticos, y el asunto Cahuzac no fue más que un acelerador de esta tendencia en 2013. La exigencia de transparencia también fue suscitada por el ejemplo de los países escandinavos y anglosajones, inflexibles ante los abusos político-financieros y modelos reales en este ámbito: un ministro sueco número dos del gobierno había dimitido en 1995 tras haber comprado tabletas de chocolate con su tarjeta de crédito profesional ( “El asunto Toblerone”).

Este movimiento surgió tras 150 años de opacidad y encubrimientos empresariales: el escándalo de Panamá en 1892 tuvo como resultado una única condena: el ministro Charles Baïhaut, mientras que 150 diputados y ministros estaban implicados; el caso Stavisky en 1934 condujo a una tierra de nadie judicial… La justicia sólo podía investigar con gran dificultad en el mundo político, y había una especie de omertá que los políticos se oponían a las investigaciones, todavía presente en el caso Urba con una especie de muro de silencio construido por los socialistas, o durante la revelación de los escándalos que afectan al RPR, que Jacques Chirac calificó de “abracadabrantescos” en 2000.

¿Estamos hoy en el exceso opuesto?

Debemos mantener una forma de vigilancia respecto del exceso de transparencia, que puede conducir a una cierta parálisis. En cuanto a los cargos electos locales, muchos alcaldes renuncian a presentarse a cargos públicos debido a la carga administrativa y a los riesgos legales que suponen los actos que se les pueden imputar. Asimismo, se han emprendido muchas acciones legales contra ministros durante la crisis de Covid. La dimisión de François de Rugy tras el asunto de la langosta muestra los límites de la intransigencia, porque el cargo político siempre implica una forma de decoro y prestigio, con comidas excepcionales y formas de lujo. Sin embargo, la intransigencia hacia el deber de ejemplaridad es exigida por la mayoría de los franceses y constituye una necesidad democrática que permite evitar abusos. Todavía no estamos en una democracia completamente saneada; La intransigencia debe prevalecer sobre el miedo al exceso.