Es una ópera de tango de Astor Piazzolla rara vez representada. Estamos encantados de que el Grand Théâtre de Genève sea una excepción al retomar esta obra creada en Buenos Aires en mayo de 1968, en el apogeo de este nuevo teatro donde las imágenes prevalecieron sobre la historia.

Estamos aquí en el espíritu del famoso Einstein en la playa de Philip Glass, escrito ocho años después y presentado en el festival de Aviñón en 1976. La historia, muy bien escrita, llena de poesía nacida de las palabras que dicen, es surrealista. Bien podríamos decirlo: no entendemos nada a pesar de los subtítulos pero no nos importa. Nos sumergimos en el mundo de María, nacida “un día en que Dios estaba borracho”, trabajadora sexual antes de volver a ser virgen… Sobre todo, estamos en el corazón de una producción sublime. Las pinturas, de gran belleza, se suceden y experimentamos un deleite increíble al contemplarlas. Y tanto más cuanto que el Gran Teatro no ha escatimado en medios: desde este muro de tumbas iluminado con velas donde aparecen los protagonistas, hasta estos pasillos industriales, pasando por esta pista de hielo cuyo suelo de nailon permite que todas las figuras patinen.

La puesta en escena lleva la firma muy particular de la empresa suiza Finzi Pasca, con sede en Lugano. En definitiva, con este conjunto completamente loco, vamos de sorpresa en sorpresa. Los propios tangos son “bailados” por artistas de circo, o divertidos por ellos, como durante este suntuoso número de Cyr Wheel. El papel principal lo interpreta brillantemente la mezzo Raquel Camarinha. Este artista lírico portugués, formado en el Conservatorio Nacional de París, consigue con todos los matices necesarios casar la dificultad lírica de la partitura con los acentos nostálgicos deseados por Piazzolla. Arte grandioso.

Gran teatro de Ginebra hasta el 6 de noviembre.