Le Figaro Niza
El ambiente bajo el paso del Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Niza es bastante tranquilo. Son alrededor de las 10 de la noche. Sumergido en la oscuridad, el lugar parece un dormitorio grande y algo lúgubre. En el suelo, frente a la entrada del museo, hay una decena de sacos de dormir alineados. Todos están ocupados por individuos más o menos dormidos. El rostro de un hombre está iluminado por la luz blanca de su teléfono, mientras otro busca al más mínimo transeúnte a quien pedirle un cigarrillo. Una vez atravesado este pasaje y atravesado el ancho del Boulevard Risso, se llega a la plaza Garibaldi, arbolada y tranquila. Las terrazas ya no están abarrotadas como en verano, sino escasas, ocupadas por unas pocas decenas de noctámbulos.
Bajo los soportales salpicados de luz amarilla, otros individuos intentan dormir en el suelo, arrullados, por así decirlo, por una ligera brisa y una calma ambiental. “¡No vienes en el momento adecuado! Allí están demasiado borrachos y duermen. En unas horas volverá a desaparecer”, comenta un restaurador. En los últimos meses, la Plaza Garibaldi y el pasaje del museo han sido objeto de especial atención por parte de los medios. Este lugar, aunque soberbio y muy turístico en la temporada estival, ha sido calificado a veces de insalubre, a veces de inseguro y molesto… Y el municipio lo acusa de no importarle. Algunos residentes llegaron incluso a amenazar a la ciudad con instalar ellos mismos baños públicos si no se les ofrecía una solución al problema de los derrames en las calles.
Pero entonces ¿qué es realmente? “¡No pierdas el tiempo, Garibaldi no es un asesino!”, refunfuña un camarero del restaurante Agrume. “Llevo seis años trabajando aquí y nunca he tenido ningún problema”, afirma. La misma historia en el lateral de la terraza de 4, un restaurante italiano: “Aparte de las peleas entre borrachos y gente que habla un poco alto, está bien”, dice un camarero durante su descanso. “Sobre todo huele mal y está sucio, se huele ahí, ¿no?”, señala un vecino del lugar que está a punto de regresar a casa. El hombre pone los ojos en blanco ante el charco de orina a pocos metros de su puerta.
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«Ese es todo el problema. Es posible que los jóvenes hagan algo de tráfico de drogas pero, al final, a nosotros no nos molesta tanto. Son principalmente los olores. Allí está oscuro, pero ¡imagínense el día en pleno día!, observa otra camarera del lugar. Nosotros mismos tenemos que rociar un producto con buen olor debajo de los soportales para evitar que los clientes se quejen”. Por lo tanto, más que una cuestión de inseguridad, se trataría más bien de un problema de condiciones insalubres vinculadas a la pobreza. Aunque uno puede ir de la mano del otro.
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Lo mismo observa Irène, de 82 años, residente desde hace mucho tiempo en el barrio. Este último se asienta sobre un pequeño muro de hormigón que rodea una gran encina. A pocos metros de ella, un grupo de personas sin hogar beben unas latas de cerveza. “Bueno, verás, no me tranquiliza en absoluto ver a esta gente bebiendo en exceso como lo hacen. A causa de ellos, el lugar se ha deteriorado permanentemente en los últimos años. ¡Te puedo decir que antes de que fuera otra cosa, era hermoso!”, asegura.
Lo que más le exaspera es la llegada regular de asociaciones que “mantienen” a estos individuos y los empujan a deambular por aquí. “¿Por qué les ayudamos tanto, a diferencia de personas como yo, que tenemos pensiones ínfimas?”, se lamenta en silencio, por miedo a ser escuchada por el grupo sentado detrás. “A dos metros de las terrazas, en invierno, el Secours populaire viene a darles de comer. Sólo que, una vez alimentados, duermen al pie de su “restaurante”, continúa el mismo camarero de l’Agrume.
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Por parte del municipio, no ocultamos cierta molestia ante la imposibilidad de expulsar definitivamente a los alborotadores. “Desde hace dos años denunciamos una ocupación del dominio público que es insoportable. Nos encontramos ante individuos borrachos, en su mayoría nacionales de países de Europa del Este”, explica Anthony Borré, teniente de alcalde responsable de Seguridad, Proximidad, Vivienda y Renovación Urbana. Y para precisar: “Durante una entrevista con el cónsul polaco, tuve la oportunidad de informarle sobre el problema de los ciudadanos polacos que deambulan por las calles de Niza, a menudo muy borrachos. El cónsul me aseguró que era sensible a la situación, trasladó el problema a su jerarquía y aceptó el principio de una visita sobre el terreno para comprobar por sí mismo los problemas que la situación está creando para el pueblo de Niza”.
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Anthony Borré lo sabe, está en juego la imagen de la ciudad y, en cierto modo, la suya y la del alcalde, Christian Estrosi. Una ciudad sucia no es buena para los residentes locales, los comerciantes y las empresas en general. “La plaza Garibaldi es un emblema de Niza”, llega incluso a considerarla el brazo derecho del concejal de la ciudad. En este sentido, este último asegura que 55 personas han sido detenidas en este lugar desde principios de año, 29 de ellas por evidente ebriedad en público. Además, la plaza y sus soportales se limpiarían diariamente. «Nuestros agentes hacen un trabajo extraordinario y es preocupante ver que es desperdiciado por un grupo de individuos, a veces violentos, que no respetan ninguna norma de limpieza y de civismo», afirma Anthony Borré.
En cuanto a la creación de baños públicos, el diputado tiene más dudas. “¿Quién los utilizará y cómo? Si son de libre acceso y abiertos a todas horas, existe riesgo de mal uso, ya sea que estén ocupados o dañados”, cree. Sin comentar la suerte de los nacionales polacos ni siquiera su situación legal (o ilegal), la prefectura de los Alpes Marítimos sostiene, por su parte, que la plaza Garibaldi “es objeto de especial atención por parte de las fuerzas del orden. La policía nacional y el personal de la policía municipal realizan diariamente cruces aleatorios y regulares con controles de identidad y multas si es necesario”.