Al amanecer de su 84 cumpleaños, Jean-Jacques Debout decidió contar en canciones momentos poco conocidos de su vida. Grabó un álbum cuyos 14 temas están vinculados a recuerdos muy queridos por su corazón. “Tenía palabras y música que habían estado dando vueltas en mi cabeza durante mucho tiempo, pero nunca encontré tiempo para sentarme detrás del piano para concretarlas”, dice. Los confinamientos le permitieron llenar este vacío. “Con Chantal nos encerramos en nuestra nueva casa, cerca de Châteauroux y ella me empujó a ir a trabajar, con la esperanza de dejar una huella de estos momentos vividos”. Así nacieron versos vinculados, en particular, a su juventud.

En Juilly, recuerda sus diez años, cuando, como un idiota, se vio internado en un colegio cerca de París, bajo la supervisión del Oratorio de Francia. Inmediatamente se hizo amigo de otro residente de su edad, al que llamaba Jacky: se trataba de Jacques Mesrine. Fue testigo de sus primeros robos, sobre todo al final de la misa, donde cogía el baúl de la iglesia antes de repartir el dinero entre sus amigos. “Ya amaba la música y soñaba con un clarinete. Un día me regaló una, lo que luego me permitió iniciarme en orquestas de aficionados. ¡Mucho después supe que había aprovechado el descanso de una orquesta para robarla!

En La Pergola, tararea su nostalgia por los tiempos pasados ​​en la Isla de Ré, en una época en la que aún no era frecuentada por innumerables turistas. “Fui allí en verano para visitar a mi abuela. Regresé allí, mucho después, con mi familia. Johnny, Sylvie y David, aún muy pequeños, pasaron una Navidad con nosotros y, al mismo tiempo, Johnny decidió comprar una casa. ¡Encontré uno para él, pero nunca puso un pie en él! Les enfants du paradis le recuerda sus encuentros con Jacques Prévert, quien le enseñó el arte del collage. El cine también está presente a través de Como un mono en invierno. Este es un homenaje a su amigo Jean-Paul Belmondo. Un día, el actor le susurró al oído que consideraba haber interpretado, junto a Jean Gabin, el mejor papel de su carrera. “Una tarde de 1964 me invitó al estreno de El hombre de Río en los Campos Elíseos. Al salir me encontré con Chantal, a quien había conocido algún tiempo antes. La invité a cenar a un restaurante del barrio, Au Vieux Paris, ¡y nunca más nos separamos!

El amante de las letras que nunca dejó de ser rinde homenaje a Víctor Hugo tratando, a su manera, sus años de exilio. Frida Kahlo permite al aficionado a la pintura que queda saludar la memoria de un artista cuyas pinturas descubrió en el Museo Nacional de México. “Fue en un momento en que, en Francia, nadie, o casi nadie, lo exhibía”. Finalmente, À tout à l’heure es un homenaje a Ana Frank y su Diario, del que fue pionero en el escenario. “En 1957, cuando Pascale Audrey realizó la primera adaptación francesa en el teatro, reemplacé a Jacques Charrier, en el papel de Peter, cuando él se fue para hacer una película con Marcel Carné. A través de mis palabras elegí afrontar, a mi manera, este drama que, como a todos, me conmovió profundamente y del que nadie sospechaba, empezando por la propia Ana Frank.