Damián Le Guay es filósofo, especialista en cuestiones éticas. En particular, publicó Cuando la eutanasia estará allí (ed. Salvator, 2022).
La convención de ciudadanos acaba de presentar su informe final el 2 de abril. Nos temíamos lo peor. Tenemos una aceptación del principio de la eutanasia y el suicidio asistido, pero con matices en cuanto a los métodos de aplicación. ¿Significa esto que este informe es moderado? No a la aquiescencia general. Lo peor está ahí. Sí sobre los medios de implementar esta llamada “asistencia activa al morir” (AAM), que es una agradable subestimación que esconde modalidades de diferentes formas de dar la muerte. Los márgenes de discusión son posibles. Como siempre, cuando se deja lo general por lo real, todo es más complejo, más difícil, más contradictorio. Darse seguridad es una cosa; administrar una solución letal es otra. Es en esta brecha que todos pueden hacer diferencias en el enfoque, que a veces son gigantescas. Es así como dicha convención, sacudida internamente por distintas sensibilidades, distingue nada menos que diecinueve enfoques distintos de AAM. Un enfoque importante pero no mayoritario (40% de la Convención) hace de la eutanasia un cuidado cuando otro bastante minoritario (28%) es favorable al suicidio asistido ya una excepción de la eutanasia. Todo el Acuerdo busca enmarcar esta AAM para evitar que experimente los abusos observados en otros lugares. Es eso posible ?
Lea también Matthieu Rougé y Raphaël Enthoven: «¿Es sagrada la vida?»
Pero sobre todo, desbaratando las intenciones cosidas de los iniciadores de esta Convención, dicha convención quería ampliar la cuestión que se le planteaba. Brinda un apoyo masivo para los cuidados paliativos y quiere que se establezca una ley aplicable para los cuidados paliativos. Los presupuestos han faltado durante años. Los medios son insuficientes. El Estado está fallando, a pesar de las hermosas promesas ricas en ambición pero tacaños en medios financieros. Un comienzo saludable es absolutamente necesario para los cuidados paliativos. Esta convención, en una conciencia cívica, insiste en la necesidad imperiosa de proporcionar los medios para una solidaridad paliativa activa. Saludamos todas las medidas solicitadas para decir alto y claro la importancia fundamental de este apoyo al final de la vida, que es un mérito para nuestra sociedad.
Dicho esto, el núcleo del informe de la Convención trata de la “asistencia activa en la muerte”. ¿Cómo podría haber sido de otra manera cuando todo estaba hecho para ello? Recordemos la pregunta planteada por el Primer Ministro: «¿Se adapta el marco de apoyo al final de la vida a las diferentes situaciones encontradas o debería introducirse algún cambio?» Hacer esta pregunta de esta manera conduce a un cambio necesario en la ley. La ley, como cuestión de principio, no tiene en cuenta todas las “diferentes situaciones encontradas”. Recordemos el comienzo de la convención cuando abiertamente, en las primeras intervenciones, se había llegado a hacer, sin discusión ni debate, la «promoción» del suicidio asistido en Suiza y la eutanasia en Bélgica.
Lea tambiénMichel Houellebecq: «¡Eutanasia, bienvenido al mundo inhumano de Green Sun!»
Esta parcialidad de los debates planteó un problema. Recordemos a los políticos, como Alain Clayes que vino a presentar «su» ley, aunque abiertamente a favor de la eutanasia. Recordemos a la Presidenta de la Asamblea Nacional, Sra. Braun-Pivet, quien no ocultó que tomaría en cuenta la opinión de la Convención si ésta estuviera a favor de un cambio. A pesar de ello, surgió un sentido de distinciones y complejidad en un esfuerzo de inteligencia colectiva. Mejor. Hay que decir que esta convención es un extraño ejercicio de una democracia paralela dotada de una legitimidad problemática.