Construido sobre un pico rocoso, rodeado de jardines en terrazas, el lugar ofrece una vista excepcional de las islas de Porquerolles, Port-Cros y Levant, así como acceso a una playa privada. Alrededor de la casa, Brégançon dispone de una pequeña hectárea de jardín, con buganvillas, mimosas, pinos carrascos, laureles, agaves u olivos. Amueblado de forma sencilla y clásica -le debemos su decoración a Anne-Aymone Giscard d’Estaing-, garantiza al Jefe de Estado una relativa tranquilidad, debiendo los paparazzi «esconderse» en alta mar si quieren intentar verlo. .
El general de Gaulle y François Mitterrand solo se quedaron allí una noche, y los Sarkozy prefirieron La Lanterne -la antigua residencia de los primeros ministros al borde del parque de Versalles- y, sobre todo, la casa Bruni-Tedeschi en Cap Negro. Pero el Pompidou, Giscard d’Estaing y Chirac pasaban allí largas vacaciones. Valéry Giscard d’Estaing decía «gustar allí la felicidad perfecta», admitía Jacques Chirac «aburrirse allí a veces».
Tras su elección, François Hollande decidió pasar allí su primer verano con su exnovia, Valérie Trierweiler. Queriendo ser un presidente “normal”, posó en la prensa con un polo casual, provocando las burlas de All-Paris. A la pareja no le gustaba Brégançon y François Hollande nunca volvió a poner un pie allí. “Brégançon es muy bueno, excepto que estás encerrado allí como en el Elíseo. Pero estar de vacaciones significa poder escapar, ser libre”, explicó.
En 2014, con el fin de limitar sus costes de funcionamiento (200.000 euros al año), François Hollande confió al Centro de monumentos nacionales (CMN) la gestión del fuerte y sus alrededores, conservando la posibilidad de utilizar las instalaciones de forma excepcional. . Entre 40.000 y 50.000 personas emprendieron entonces el arduo camino cada año para visitar el fuerte, la residencia presidencial desde 1966. Pero después de cuatro años de apertura, el acceso se volvió a limitar con Emmanuel Macron en 2018. “El presidente y su esposa quieren poder pasar fines de semana largos allí, y recibir jefes de Estado extranjeros”, explicamos en el Elíseo. El lugar, apartado y seguro, los había seducido. Después de dos veranos, las visitas, sujetas a reserva, se relanzaron en 2020.
Desde hace unos días, la pareja presidencial se encuentra con el mar Mediterráneo. El actual jefe de Estado parece apreciar el lugar, él que ya estuvo allí el fin de semana de Pentecostés. En 2018, incluso decidió construir una piscina sobre el suelo en la isla. Una elección criticada por su precio (34.000 euros según Le Parisien) pero también y sobre todo por su impacto ecológico. En un momento en que compartir el agua ya estaba al frente y en el centro, algunos vieron el movimiento como «fuera de contacto» con una realidad alarmante.