Véronique Lefebvre des Noëttes, psiquiatra de ancianos de la APHP y doctora en filosofía práctica y ética médica de la UGE, es la autora de Que faire face à Alzheimer? (2019), Envejecer no es delito (2021), La fuerza de la caricia (2022) y Morir por prescripción o ser acompañado hasta el final (2023).
Si bien la convención ciudadana acaba de hacer su informe favorable tanto al desarrollo de los cuidados paliativos como a una evolución de la ley hacia la legalización del suicidio asistido y la eutanasia, bajo condiciones, en nombre de la autonomía y la libertad de elección, me parece necesario cuestionar nuestra visión social de la vejez con dependencia. “¿Los viejos son hombres?, ya se preguntaba Simone de Beauvoir en su ensayo La vieillesse de 1970, y para continuar: la forma en que la sociedad los trata es lícito dudarlo…” ¿Qué lugar en estos debates cruciales para estos muy viejos? con pérdida de autonomía, cuando también tienen trastornos cognitivos y trastornos psiquiátricos, cuando su autonomía y su discernimiento están deteriorados? Recuerda que la depresión, si no es diagnosticada y atendida, conducirá a suicidios (de los 10.000 suicidios anuales, un tercio son obra de personas mayores). Son situaciones siempre trágicas y encubiertas por la sociedad. La muerte, el suicidio, la vejez con adicciones son tabúes de los que nuestra mirada social se aparta. No es ni inclusivo sino excluyente, ni benévolo sino cosificador.
La masificación de los «viejos» hace que las personas mayores dependientes sean percibidas como un peso y una carga. ¿No dicen que es el último año de vida el que más cuesta? Es entonces tentador eliminarlo cuando sabemos que ciertas mutuas son claramente pro-eutanasia. Los hospitales geriátricos y las residencias de ancianos tienen poco personal y una proporción de personal que bordea el abuso sistémico. Recordemos los 15.000 muertos por la ola de calor, especialmente los ancianos solo… ¡Recordemos el destino reservado a los ancianos durante el Covid! “Over confinments”, prohibiciones de las libertades fundamentales, de ir y venir, de ver a sus seres queridos, por lo que muchos de ellos se han deslizado hacia la muerte: hechos denunciados en los informes de Claire Hédon (2021, 2023) defensora de los derechos. Sabemos que el 90% de las 165.794 muertes relacionadas con el Covid son personas mayores de 75 años. ¿Adónde ha ido la ley de la vejez prometida durante años después de múltiples misiones flash e informes (Misión flash sobre residencias de ancianos realizada por los diputados los diputados Fiat e Iborra en 2018, CCNE dictamen 128 de 2018 sobre las cuestiones éticas del envejecimiento, la Libault 2019 informe de la consulta Vejez y Autonomía, el informe El Khomri de 2019 sobre las profesiones de la tercera edad)? ¿Adónde ha ido a parar la solidaridad nacional, de pronto soluble en una imperiosa necesidad, en nombre de la libertad y la autonomía, de abrir un derecho a la asistencia médica activa al morir? Qué hacemos con los 800.000 cuidadores que firmaron un foro pidiendo poder continuar con su misión asistencial en mejores condiciones cuando la mayoría de las 657.000 muertes anuales son personas mayores y se producen en el hospital. Por qué, desde 1999 la ley que otorga a todos el derecho a beneficiarse de los cuidados paliativos sigue sin ser efectiva.
¿Por qué no tomamos colectivamente las medidas preventivas necesarias para evitar situaciones de angustia psíquica, ni de envejecer bien, ni de permitirnos morir en condiciones humanamente dignas? ¿Será porque, como escribió Jacques Dor: “Ser viejo te condena. No es el tiempo el que te condena a muerte sino la mirada de los demás. Esa mirada sectaria, intolerante, despectiva, que excluye todo lo que no lo parece”? Ya sabíamos que una de cada dos niñas que nacerán será centenaria. El INSEE acaba de revelar que somos el país de Europa con más centenarios con 30.000 personas de 100 años o más (86% mujeres): ¿suerte o pandemia gris? Ni la vejez, ni el sol, ni la muerte pueden mirarse a la cara y sin embargo nuestros mayores están ahí, portadores de sabiduría, de ternura y de saberes inmemoriales que aún nos susurran sus viejas manos arrugadas y cabezas que cabecean. Nunca son reducibles a sus déficits acumulativos, sus trastornos cognitivos y sus pérdidas simbólicas o reales. En el campo, nos esforzamos a diario por desarrollar una cultura paliativa del cuidado geriátrico con medios irrisorios pero humanos. En 36 ans passés à soigner et à soulager des personnes très âgées polypathologiques, je n’ai jamais eu de demande d’euthanasie, bien au contraire, jusqu’au bout mes malades, surtout ceux atteints de maladie d’Alzheimer, s’accrochent a la vida. Pero son las familias y la sociedad las que exigen que «se acabe rápido».
Los argumentos que se esgrimen hoy en favor de la asistencia activa al morir se basan a menudo en este sentimiento de indignidad por el sufrimiento físico y psíquico, el envejecimiento con adicciones, el alzhéimer, la invalidez, en contrapunto, para quien sería autónomo la libertad de elegir su muerte. . El progreso social que aspiraría a controlar lo incontrolable sería conocer la fecha y el lugar de su muerte. Pero, ¿qué pasa con mi libertad cuando tengo que confrontarla con la del otro? ¿Qué pasa con mi autonomía cuando la enfermedad la altera? ¿No podemos depender del otro, de una mirada benévola, desde el nacimiento hasta la muerte? Sin embargo, sabemos bien que un deseo es fluctuante en el tiempo, y que es en este acompañamiento, en condiciones dignas, que debemos responder a los momentos últimos: “Aquí estoy”.