Erwan Le Morhedec es abogado y ensayista, autor de Fin de la vida en la República – Antes de apagar la luz (Éditions du Cerf, 2022).
“Personalmente estoy a favor de que Francia avance hacia el modelo belga”. ¿Ha sido el año transcurrido desde esta confesión involuntaria del Presidente de la República en plena campaña algo más que un paréntesis, la convención ciudadana más que un artificio político, y las reuniones, cenas en el Elíseo o visita a el papa más que baile ordinario para apaciguar a los detractores? ¿Qué grado de benevolencia, encomiable en principio, se debe haber tenido para imaginar que el compromiso público asumido frente a Line Renaud podría ser cuestionado? Sin embargo, tras cuatro meses de trabajo y tanta comunicación, la convención ciudadana sobre el final de la vida ha elaborado un informe, entregado a bombo y platillo al Elíseo a pesar de su debilidad: sobre cuidados paliativos suma buenas intenciones y, sobre eutanasia o suicidio asistido, confrontado con la realidad, el informe ofrece nada menos que… 19 escenarios.
Y es precisamente de la realidad de donde viene la dificultad ya que ambos están de acuerdo en no querer morir en sufrimientos insoportables que nada podría aliviar (según la terminología ordinaria de las encuestas). Pero la realidad se resiente cuando la convención ofrece la posibilidad de que la solicitud de eutanasia sea formulada por la persona de confianza, cuando el interesado por la eutanasia no está en condiciones de expresarse. Sufre cuando Emmanuel Macron retoma esta posibilidad de «consentimiento indirecto» a través de la persona de confianza en su discurso, bajo los «elementos irrefutables de convergencia» y especialmente los «límites, por debajo de los cuales cree que estaríamos en el camino equivocado».
Correspondería ya a juristas y filósofos preguntarse sobre la posibilidad misma del consentimiento indirecto. ¿Podemos consentir a través de un tercero, para el futuro, en una situación que actualmente no estamos viviendo? ¿Es solo consentimiento? ¿Tiene esto sentido, conceptualmente?
Pero intentemos ponernos en situación. En el pasillo de una unidad de cuidados paliativos. Una persona está hospitalizada allí, ya sea inconsciente o completamente consciente pero incapaz de hablar. Puede ser este paciente encerrado en su cuerpo, puede ser también esta abuela sumida en un estado precario, pueden ser tantos finales de vida. Ha designado previamente a su cónyuge oa un hijo, amigo, como persona de confianza, y la palabra de éste prevalecerá sobre la de los demás. ¿Qué nos enseña la experiencia de los cuidados paliativos? Que puede haber familias disfuncionales en las que, quizás, al no tener como objetivo la herencia, se apunte a la pronta reducción de este incómodo período. Que la agonía es muchas veces más insoportable para los seres queridos que para la persona, para que en toda benevolencia, en el torbellino de sentimientos encontrados de dolor como de supuesta fidelidad a la vida de este hermano, de este amigo, de este tercero pueda considerar por propia voluntad que «él nunca hubiera querido esto». Que puede incluso, e involuntariamente, reinterpretar lo que un día le habría dicho su amiga, su madre. O darlo por cierto sin saber si esa afirmación, hecha en un momento dado, refleja todavía la voluntad del que no puede expresarse. Que él puede, sucede, haber entendido mal. Que ese tercero sea incapaz psíquica o físicamente de sobrellevar este período de agonía, por lo que se refiere a su ser querido oa sus propias angustias. Que la petición de morir es ambivalente y que, mientras los profesionales realizan estudios minuciosos para comprender mejor el sentido de las peticiones, una persona sin experiencia e inmersa en el calvario se verá inducida a interpretar una declaración previa. Cuál ? ¿“No quiero sufrir”, “No quiero terminar así”? Los cuidadores de cuidados paliativos multiplican las ilustraciones de situaciones en las que un paciente puede haber solicitado la eutanasia y la vacuna Covid, la eutanasia y sus vitaminas en el desayuno, o incluso, el caso es real, ante la imposibilidad legal de conceder la solicitud de eutanasia, declarando que entonces tendrá que «encontrar otra razón para vivir».
Entonces, no, no tenemos aquí un “elemento irrefutable de convergencia” sino un grave escollo contra el cual nuestra conciencia debe enfrentarse. Porque mañana no sólo será posible administrar la muerte, sino que será posible administrarla a una persona que no la pide, en la fe de las palabras de un tercero, aunque sea de confianza. Incluso Bélgica no se atrevió. No, es inimaginable poner esta posibilidad de consentimiento indirecto de un tercero entre los “límites” que nos protegerían de los excesos. Preverlo no es poner una salvaguarda, es hacer el lecho de derivas inevitables. Y esto puede ser solo un punto del informe y de su discurso, pero me preocupa: siempre podemos evocar solemnemente lo íntimo y la gravedad de los temas, qué entendimos de, qué entendimos del final de la vida y lo vertiginoso. riesgos de la eutanasia cuando este punto permanece ciego?