Nicolas Bouzou, economista, es el fundador de la consultora Asterès.

Jean-Marc Jancovici, ingeniero, ¿se habría convertido en un provocador mediático profesional? Volvió a proponer, para luchar contra las emisiones de gases de efecto invernadero, limitar el número de vuelos de avión a cuatro en la vida. Pudo desarrollar su propuesta hace unos días en France Inter: “Cuando eres joven tienes cuatro vuelos para descubrir el mundo. Cuando somos mayores, nos vamos de vacaciones a Corrèze o en tren”. Ante el carácter liberticida y antieconómico de esta medida, responde que, en cualquier caso, la menor disponibilidad de petróleo nos lleva a este mundo sin transporte aéreo. El razonamiento parece lógico. Sin embargo, en una inspección más cercana, no lo es. Jancovici afirma que es imposible no tomar tal acción. A lo que podemos responder: tomar este tipo de medidas es absolutamente imposible. ¿Cómo se resolverá la contradicción?

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Siempre es fácil, en el debate público, imponer una ética de convicción sin tener en cuenta las consecuencias de las ideas radicales. El problema es que la vida de las sociedades es muy concreta y que ciertas ideas chocan con limitaciones o incluso con imposibilidades. Permiten un cuarto de hora de gloria mediática pero no avanzan en su causa. Además, es una apuesta segura que una propuesta como la de Jancovici sobre los aviones es el combustible perfecto para el motor del climatoescepticismo.

Hay aproximadamente 5 mil millones de pasajeros de transporte aéreo cada año. Gran parte de estos pasajeros parten de Estados Unidos, China, India, Japón, Tailandia, Emiratos o Qatar. ¿Pensamos en serio que estos países participarán en una regulación global que limite el número de vuelos en una vida a menos de 10 matando un sector y destinos turísticos a pesar de que la aeronáutica civil representa el 3% de las emisiones globales de carbono? Pero admitamos que todos estos países, tomados de la locura y transformados en dictadura (porque muchos siguen siendo democracias), estén de acuerdo en tal medida. ¿Cómo lo harían cumplir realmente? ¿Y qué aerolínea no habría quebrado? Simplemente sería el fin de los aviones. Hablar de dar marcha atrás se queda corto ante esta vergonzosa realidad.

Una forma intelectualmente correcta de plantear el problema de la medida defendida por Jancovici sería la siguiente. ¿Qué es más probable y qué es más deseable? 1/ que la mayoría de los gobiernos del planeta acuerden distribuir un permiso para volar que limite a 4 el número de vuelos en una vida? 2/ que gracias a la normativa, la fiscalidad, las subvenciones, la investigación y el desarrollo y el sentido común que dicta no tomar el avión para dar saltos o por periodos cortos, la aeronáutica civil se va descarbonizando en gran medida (nunca del todo) y limitándose a usos razonados? La razón no está del lado del exceso.

El Airbus A220, que equipa cada vez a más aerolíneas, incluida Air France, ya emite un 20% menos de CO2 que sus predecesores. Avances en motores, aligeramiento de estructuras, electrificación parcial, combustibles renovables: la descarbonización de la aeronáutica está en marcha y precederá a las inclinaciones robespierristas de los radicales. Los ambientalistas decrecientes creen que pueden decir con seguridad que la innovación no nos salvará. Podríamos responderles: solo la innovación podría salvarnos.

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Siempre hay exceso cuando hablamos de aviones. El avión evoca viajes, desarraigo, progreso tecnológico, globalización: tantos espantapájaros para una clase de observadores tan anticapitalistas como ecologistas. Viva el avión, proveedor de sueños, de cercanía humana, de descubrimientos… y de trabajos.