Olivier Chantriaux, investigador asociado de la cátedra de geopolítica de la Escuela de Negocios de Rennes, defenderá una tesis doctoral dedicada al estudio del pensamiento y la práctica diplomática de Henry Kissinger el 4 de diciembre de 2023.

Con la muerte de Henry Kissinger, todo un símbolo desaparece. Académico estadounidense de origen alemán, que se convirtió en asesor de seguridad nacional y luego secretario de Estado del presidente de los Estados Unidos, Kissinger fue, a sus 100 años, la última encarnación de una cierta idea de diplomacia, la de una diplomacia clásica. de inspiración europea, inaccesible a los tumultos de ideologías, prejuicios y emociones, y sobre todo preocupada por llevar los intereses nacionales en conflicto a su punto de equilibrio, para consolidar el orden mundial.

A lo largo de una existencia rica en aventuras, este testigo activo habrá experimentado sucesivamente la desgarradora partida, en 1938, de una Alemania desfigurada por el nazismo, la entrada personal en la guerra, bajo el uniforme americano, la vida de investigador de las relaciones internacionales en el contexto de la Guerra Fría, luego el llamado a asumir, por parte de Richard Nixon, luego por Gerald Ford, de 1968 a 1977, la dirección de la política exterior estadounidense, finalmente el ejercicio, en retirada y hasta su muerte, de una forma de magisterio internacional. Pensador y actor a la vez en la vida del mundo, en cierto sentido le habrá ido mejor que el “espectador comprometido” que fue Raymond Aron, a quien tuvo la elegancia de presentar como su “maestro”.

Haciendo balance, a partir de 1968, de la creciente brecha entre los medios y las ambiciones estadounidenses, en un contexto de disensiones internas en la sociedad estadounidense, Henry Kissinger acordó con Richard Nixon diseñar e implementar una política exterior proporcionada al interés nacional. Rompiendo con la vana pretensión de contener y reprimir en todas partes al adversario comunista, emprendió, siguiendo la intuición que había sido la del general De Gaulle desde 1965, una política de distensión con la Unión Soviética que, combinada con una progresiva apertura al El rival de este último, la China Popular, hizo posible colocar una “estructura de paz” triangular en el centro de las relaciones internacionales, de la cual Washington tenía la clave. Varios textos y acuerdos formalizaron estos acercamientos, entre ellos el comunicado chino-estadounidense de Shanghai del 28 de febrero de 1972 y el importante tratado sobre limitación de armas estratégicas, SALT I, firmado con la URSS el 26 de mayo del mismo año.

Vinculando el equilibrio global establecido entre las principales potencias a los avances en otros escenarios, Kissinger intentó al mismo tiempo conciliar lo mejor posible, mediante negociaciones a largo plazo con su interlocutor norvietnamita, Lê Duc Tho, la preocupación por la credibilidad del Estados Unidos.-Unidos y la inexorable retirada de las tropas americanas de Indochina. Entonces supo cómo, aplicando, desde la guerra de Yom Kippur, una activa “diplomacia de lanzadera”, actuando de mediador entre los beligerantes árabes e israelíes y contribuyendo a restablecer, a corto plazo, la paz en Oriente Medio, mientras que la variación en los precios del petróleo y de los alimentos, concomitantes con las exigencias de los no alineados, le llevaron a familiarizarse más con las cuestiones económicas y los problemas de la diplomacia multilateral.

Rechazada por los idealistas bajo sus diversas máscaras, ya sean liberales, conservadores o neoconservadores, la política exterior de Henry Kissinger puso a disposición de Estados Unidos, de una manera inaudita desde Theodore Roosevelt, herramientas realistas para comprender el mundo. Kissinger se refería a los principios organizativos heredados de los Tratados de Westfalia de 1648, que consideraba, en 2014, todavía «la única base ampliamente reconocida para algún tipo de orden mundial», proporcionando un «marco neutral» a las interacciones de varias naciones. Este orden se basa en la cohabitación de Estados independientes y soberanos, legisladores jurídicamente iguales del pluriversum global, que tienen que enfrentar sus ambiciones contrapuestas para lograr un equilibrio estable. Partiendo de una difusión universal del modelo de organización estatal, el orden westfaliano tiene la ventaja de adaptarse a la diversidad de culturas y de ambiciones y no de remodelarlo respecto de una moral que le es exterior.

Americano de origen alemán que dedicó su tesis doctoral a la solución por parte de Metternich y Castlereagh de la situación diplomática en Europa tras la caída de Napoleón, Henry Kissinger comprendió que la estabilidad internacional y, en definitiva, la paz no podían depender de un deseo de poder de de carácter imperial y absoluto, cualesquiera que sean los méritos aparentes de los principios que lo inspiran, sino de una confrontación necesariamente moderadora de los intereses nacionales a través de la diplomacia. El equilibrio logrado por el talento de los estadistas –tema al que Kissinger dedicó su último libro, Liderazgo, en 2022– se erige así como la base necesaria de un orden mundial sostenible.

Habiendo muerto en un momento crítico de reconfiguración del mundo, Henry Kissinger nos deja como legado una obra abundante, donde brilla su gusto por la historia, que lee como una colección clásica de ejemplos y analogías con la actualidad y como el gesto de entidades públicas soberanas que son los Estados. De esta obra y de su vida, el pueblo de hoy puede recordar principalmente la necesidad del diálogo entre potencias para combinar, mediante nuevos equilibrios, la diversidad de las naciones con la sostenibilidad de un orden mundial legítimo.