Jean Cocteau aseguró que los académicos eran inmortales mientras duraba su vida y que después de su muerte se convertían en sillones. Si el dramaturgo dice la verdad, entonces siempre nos consolaremos por la desaparición de su secretario perpetuo. Porque entonces ella se sentará eternamente en este palacio y protectora de la lengua francesa con la que soñó desde muy tierna edad. La misión de Hélène Carrère d’Encausse fue en efecto una vocación. Rusa por parte de madre, georgiana por parte de padre, la joven Hélène, de soltera Zourabichvili, oró durante mucho tiempo para reemplazar un apellido engorroso y bárbaro, como confió durante su discurso de juramentación bajo la cúpula en 1990. El idioma francés que dominaba muy pronto, le confirió así la identidad a la que aspiraba.
Porque vamos, “las chismosas siempre se ahogan en su saliva”, como dice un proverbio senegalés. Madame Carrère d’Encausse no era la inmovilista y la purista que se describe, porque combatió en el ocaso de sus días la feminización de títulos y funciones -que se escuchaba a regañadientes dentro de la Institución. No era al cambio a lo que se resistía, sino a los discursos demagogos que querían alinear el lenguaje con las costumbres. Sobre este tema Simone Veil tendría más tarde las palabras más acertadas: “el lenguaje sigue su tiempo, sin ceder a los excesos de la moda y la desenvoltura, y, por ejemplo, sin caer en la trampa de pretender creer que la feminización de las palabras es un acelerador de la paridad. Así, cuando en 1999, «Madame Minister» resonó en el Palais Bourbon, a tiro de piedra, en el Quai de Conti, Madame Carrère d’Encausse, como Maurice Druon antes que él, pidió ser llamada «la secretaria perpetua». Esto, a pesar de que fue la primera mujer en ocupar este cargo.
Hélène Carrère d’Encausse estaba impulsada por esta convicción: la lengua es un bien común. «Hay que hacer vivir el francés, enriquecerlo, hacer de su conservación el deber de toda nuestra vida», exclamaba en diciembre del nuevo milenio. Para ello, no dudó en salir de la reserva de la Institución y tomar posiciones. Defensa de la enseñanza del griego antiguo, de la Francofonía, cruzada contra la «anglomanía de la lengua», escritura inclusiva, reforma ortográfica… Hélène Carrère d’Encausse estuvo en todos los frentes. Tampoco dudó en mojar los rulos de la anciana en el Quai de Conti cuando Internet cambió los hábitos de los franceses. Ella estuvo allí cuando parte del diccionario de la Compañía se puso en línea en 2004 y le dio «una nueva juventud a los niños de Gutenberg», como se regocijó entonces. También fue allí en febrero de 2019 cuando se lanzó el portal digital de tesauros de la Academia y superó con su modernidad a los más jóvenes y populares de su tipo, como el Wiktionary o Le Larousse online.
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Hélène Carrère d’Encausse nunca ha sido parte de una batalla entre los Antiguos y los Modernos del lenguaje. Ella fue una de sus portavoces más vocales, pero nunca un heraldo de «antes era mejor». Fue una mujer de su tiempo.