Christophe Boutin es profesor de derecho público en la Universidad de Caen. Últimos trabajos: con Olivier Dard y Frédéric Rouvillois, Diccionario del progresismo (Le Cerf, 2022); con Frédéric Rouvillois, El referéndum o cómo devolver el poder al pueblo (La Nouvelle Bibliothèque, 2023).
Así, para Emmanuel Macron, el “arco republicano” –cuyos miembros, alguna vez apodados con el verbo jupiteriano, serían los únicos llamados a debatir legítimamente las leyes– no incluiría a todos los partidos, ni a todas las personas que se sientan en el Parlamento.
Habremos observado, con la misma frecuencia, si no siempre, las contradicciones en las palabras del Jefe de Estado. De hecho, por un lado, para la panteonización de Manouchian, afirma que es su “deber invitar a todos los representantes elegidos por el pueblo francés”, porque no puede “seleccionarlos […] mediante un gesto arbitrario”. Pero por el otro –eterno “al mismo tiempo”– asegura haber “nunca considerado que la RN o ¡Reconquista! formaban parte del “arco republicano”, con la consecuencia “de que textos importantes no deberían aprobarse gracias a sus votos”. Por lo tanto, tenemos representantes elegidos por el pueblo que son dignos de asistir a una ceremonia… pero no de participar en la votación de una ley. “Esta distinción – concluye Emmanuel Macron – es suficiente para decir dónde vivo”. No podríamos demostrar mejor que él no lo sabe.
Vuelve así a conectar con un enfoque sectario de la República que existía desde la Revolución entre ciertos detentadores del poder, primero empujando a emigrar a los representantes monárquicos que no fueron ejecutados, luego actuando de la misma manera hacia los girondinos que, no siendo suficientemente centralizadores, no eran “verdaderos republicanos”. Nuevamente bajo la Tercera República, el asunto de las fichas mostró cómo aquellos que eran demasiado católicos para ser republicanos eran expulsados. Un sistema sectario que, cuando se le permite persistir, se alimenta a sí mismo: con los verdaderos oponentes marginados, siempre encontramos a alguien tibio para condenar.
Esta precipitada carrera hacia la exclusión es tanto más fácil cuanto que los criterios que la permiten son imprecisos, y en Ser o no ser republicano, Frédéric Rouvillois demostró su incoherencia. ¿Sufragio universal? La República estaba censaria. ¿Universalismo? Los recientes debates sobre la inmigración nos han recordado que la República supo excluir. Laicismo ? El culto de Robespierre al Ser Supremo está lejos del secularismo combativo de la Tercera República.
Detrás del flatus vocis y de la indignación exagerada, detrás del supuesto auge ético, el análisis de la práctica nos muestra, en definitiva, instrumentalizaciones políticas banales destinadas a mantener posiciones y prebendas. Uno de sus últimos avatares, bajo la Quinta República, fue la virtuosa “barrera republicana” diseñada por François Mitterrand para impedir que los derechistas RPR y UDF recuperaran el poder prohibiendo cualquier alianza con un Frente Nacional asolado por la plaga.
Todavía hablamos de instrumentalización hoy, cuando Emmanuel Macron intenta dañar la imagen de un partido al que las encuestas dan una fuerte ventaja sobre el suyo para las próximas elecciones. Pero el Presidente llega con años de retraso: no tiene sentido seguir siendo el árbitro de la supuesta elegancia republicana cuando la vacuidad del concepto se ha vuelto obvia para los votantes. No tiene sentido evocar un mito que, cada día, se desmorona ante esta realidad que los que están en el poder se esfuerzan por negar. Porque, contrariamente a lo que afirma Emmanuel Macron, no es “la sociedad la que ha normalizado y trivializado a la extrema derecha”, sino la incapacidad de los sucesivos gobiernos para responder a las preocupaciones de los ciudadanos.
En este contexto, es preocupante comprobar que este tipo de referencia encantada todavía puede servir para excluir a los representantes legítimos de los debates y prohibir así cualquier pluralismo real en las asambleas parlamentarias, pluralismo que, sin embargo, el Consejo Constitucional recordó en los años ochenta que es uno de los fundamentos de la democracia.
Según el artículo 4 de la Constitución, los partidos y grupos políticos deben respetar “los principios de soberanía nacional y democracia”. Si aquellos a quienes Emmanuel Macron despide las violan, entonces es importante prohibirlas lo más rápido posible. Pero si no es así, excluirlos de los debates pervierte el funcionamiento de nuestras instituciones. Según el artículo 3 de esta misma Constitución, “la soberanía nacional pertenece al pueblo, quien la ejerce a través de sus representantes y mediante referendos”. Sin embargo, si Emmanuel Macron habla mucho de referendos, rara vez los organiza y el lugar para expresar la voluntad general es, por tanto, el Parlamento, a través de un debate legislativo que tiene en cuenta las voces de todos los representantes electos, todos democráticamente legítimos. «El ‘arco republicano’ es el Hemiciclo», afirmó Gabriel Attal, visiblemente más respetuoso de los principios mismos de nuestra República.