Xavier Albertini es diputado y abogado de Horizons de la Marne.

Durante casi dos meses, Francia será el centro, el corazón palpitante del mundo de la ovalidad. Es un motivo de gran orgullo para nuestro país. Y una alegría para todos los aficionados al rugby, incluido yo mismo. Espero con ansias la apertura del concurso. Estaré en las gradas en el partido inaugural contra Nueva Zelanda. No puedo esperar a ver evolucionar a este XV francés, tan fuerte, tan unido, tan prometedor, tan bien preparado y dirigido por su entrenador Fabien Galthié, cuya filosofía se puede resumir en tres palabras: reunir, unir y compartir. ¡Un tríptico inspirador, más allá del ámbito del rugby!

Yo también tuve un sueño. Soñé que la Asamblea Nacional tomaba el ejemplo del balón ovalado y aspiraba a convertirse en un (buen) equipo de rugby… Sí, sueño que un poco del espíritu de la ovalidad se apodera del Palacio Borbón.

Sobre todo porque el rugby encarna obviamente muy buenos valores, empezando por el respeto a las reglas, al adversario, al público, a los medios de comunicación. Ilustra, dentro y fuera del campo, el respeto por la autoridad. No todos los deportes necesariamente pueden decir lo mismo. Tampoco todos los políticos.

Respetar el colectivo, evolucionar en un colectivo, desempeñar tu papel en el lugar y en el momento adecuados, hacer realidad el espíritu de equipo y difundirlo a tu alrededor, es una necesidad elemental en las carreras de óvalos. También debería serlo en el campo político. No siempre es así.

En los óvalos el individualismo no tiene lugar: siempre el sistema es primero y soberano, y decide las secuencias del juego. Ninguna escapatoria se logra escapando al espíritu colectivo, eludiendo la disciplina grupal y los movimientos colectivos bien establecidos. Cualquier acción denominada individual es fruto de un colectivo hábil e inteligente. Sólo con la fuerza del colectivo podremos marcar la diferencia en un partido de rugby.

En los óvalos, la cohesión siempre está en el centro de la victoria. Es el poder de la manada lo que lo impulsa todo. Les poussées, l’équilibre des forces, l’engagement – ce mot qui a autant d’importance dans le sport qu’en politique -, la dynamique du groupe, mais aussi la vitesse d’exécution, la course vers l’avant dans un grand sens de l’organisation, les contrepieds véloces, les essais marqués et transformés avec art, l’alliance de la célérité et du long terme, la vision d’ensemble et le souci du détail: voilà les leviers de la performance et de éxito. Siempre al servicio de un objetivo colectivo, una ambición común, que provoca emociones y energías colectivas extraordinarias.

Sueño que la Asamblea Nacional se inspirará en el espíritu de la ovalidad: preferirá el juego colectivo a la brillantez personal, la lucha organizada al caos; trabajar en el desempeño a largo plazo en lugar de lograr logros inmediatos y de corto plazo; construir y luchar con valentía pero sin patetismo, en lugar de vociferar, desafiar las decisiones de los árbitros y atacar sistemáticamente al otro lado. Desafiar el arbitraje y a los árbitros, desafiar las instituciones, se convierte en una segunda naturaleza para algunos funcionarios electos, una especie de deporte, desprovisto de todo juego limpio, hay que decirlo.

Sueño con un “equipo de asamblea nacional” que fomente en su seno la misma diversidad, la misma complementariedad, la misma mezcla de perfiles y roles que en cualquier buen equipo de rugby.

Sueño que los miembros de este equipo de la Asamblea Nacional muestren la misma moderación y la misma humildad que nuestros ases del balón ovalado. Que sepan adaptarse a los nuevos desafíos como lo hizo el rugby francés, en particular logrando la transición desde la profesionalización sin negar sus valores y sin perder la cabeza ante el dinero, los patrocinadores y los medios de comunicación. Mida sus palabras y evite la polémica, no se apresure a ir a la sala de prensa –o, para los parlamentarios, a la sala de las Cuatro Columnas– para intentar brillar allí con posturas y frases cortas, informe con calma y humildad tanto después de la victoria como en la derrota (deportiva o electoral): este es un camino a seguir, en el que sobresale el óvalo.

Y luego el rugby, cuyo juego practicado por el XV de Francia es tan bello y tan consumado hoy, nos da el ejemplo de un patriotismo inclusivo, de una camaradería intransigente, de una abnegación individual por una causa siempre mayor que uno mismo.

Como todos mis compañeros, tengo mucho que aprender de los grandes equipos de rugby. Intento modestamente inspirarme en él para mi acción política, con todos los riesgos que conlleva. Un poco, además, como la proverbial “gloriosa incertidumbre del deporte” en general, y del rugby en particular, con su extraña pelota de rebotes inciertos, que empuja a uno a trascenderse a sí mismo, a adaptarse constantemente, a estar junto a sus compañeros y nunca estar desanimado.

Y por supuesto, sueño, despierto pero, creo, muy realista, que el XV de Francia gana la Copa. Y después de haberlo blandido en el estadio, lo presentó en el Palacio Borbón entre los aplausos de los parlamentarios y de sus compañeros, sus colaboradores. ¡Vamos Azules!