La humanidad se divide en dos categorías: los que reservan sus vacaciones con antelación y los que las reservan a última hora. Esta idea le pasa por la cabeza a Gil, de 40 años, cada vez que sus compañeros hablan de sus planes de viaje para este verano. “¿Pero cómo se las arreglan para programar todo con tanta anticipación?”, les pregunta cada vez. El desarrollador informático, padre de dos hijos, tiene previsto tomarse unos días libres en mayo, “pero todavía no sé adónde iremos, ya veré”, afirma. Para su último viaje a Costa de Marfil, el cuarentón reservó tan tarde que tuvo que pagar en varios plazos.
Marion, de 33 años, directora de radio de una ONG en Erbil, Irak, también prefiere que estas aventuras se decidan en el último momento. “Con Bayram, mi pareja, estamos pensando en ir a Turquía en dos días, pero no hemos reservado nada, todavía no sabemos si cogeremos el autobús o el avión”, confiesa. Para ella, las alertas de precios, las reservas de hotel con meses de antelación y “la gente que planifica todas sus vacaciones durante todo el año, es una ansiedad total”. “Prefiero dejarme llevar por la ola”, confirma Bayram, 41 años, profesora de inglés.
Para estas personas, la pesadilla son esos amigos que envían invitaciones para fines de semana grupales o bodas con un año de anticipación. “Siento como si tuvieran un cuchillo en la garganta”, asegura Marion. Por eso, la joven siempre decide demasiado tarde. “A menudo me pierdo las vacaciones con amigos porque, cuando confirmo, a menudo no quedan plazas o los billetes son excesivamente caros”. ella confía. A pesar del coste y, en ocasiones, del riesgo de no marcharse, ni Marion ni Gil quieren hacer lo contrario. “No puedo saber qué querré dentro de un mes, así que estoy esperando”, dice. Según ellos, si nos congelamos demasiado por adelantado, nos cerramos a las numerosas propuestas y sorpresas de la vida. Esperar les permite, según ellos, tener más opciones y elegir la más adecuada cuando llegue el momento. “No sé si mientras tanto tendré otros deseos u otras propuestas, así que no me comprometeré o lo haré muy tarde”, explica Gil.
¿Por qué decir sí a un fin de semana en Arcachon en mayo cuando sólo estamos en enero? ¿Quién sabe lo que traerán los próximos meses? Aunque se habla de elección, según la ponente especializada en psicología humanista, Florence Servan Schreiber, esta relación con la organización es un modo de funcionamiento. “No pueden hacer otra cosa”, comenta. Para algunas personas, actuar genera dudas e implica tomar decisiones difíciles. Algunos también imaginarán mil escenarios y secuencias de acciones posibles, diciéndose “si hago esto, no puedo hacer aquello, etc.” Estas numerosas proyecciones les impiden actuar”.
El psicoanalista Pascal Anger ve en esta relación con el tiempo una forma de “vivir el presente y estar en la espontaneidad. También es un comportamiento que puede verse influenciado por los antecedentes familiares”. Marion tuvo “gusto por la aventura” con esta madre que abría las puertas de las agencias de viajes para solicitar un viaje para el día siguiente. “Desde entonces, para mí lo inesperado siempre sale bien, mientras que lo esperado puede ser motivo de decepción”, subraya. Por eso, cuando Marion ve a su colega imprimir un documento muy detallado de su próximo viaje a Estambul con los horarios de cada actividad, comida y transporte, se queda atónita. “Me pregunto qué hará si pierde el ferry, ya que pospondrá todo su horario”, dice. El entrenador y psicólogo Boris Charpentier ve en esta falta de planificación “una capacidad para gestionar más fácilmente los imprevistos y adaptarse a las condiciones del momento”.
En la escuela donde enseña en Erbil, Bayram también se sorprende con sus compañeros que pagan billetes en abril para marcharse en cuanto acaben las clases. “No sé si voy a estar listo, si no va a haber problema prefiero esperar hasta el lunes o martes”, explica. Kurdo de Turquía que vive en Irak, la espontaneidad para él es sobre todo un miedo al futuro heredado de la inestabilidad regional en la que creció. “Vengo de un país donde hay atentados, golpes de Estado, asesinatos. “Siempre me han dicho que no sabemos lo que nos deparará el mañana, por eso mi familia nunca ha organizado nada con antelación”, asegura. Su matrimonio con Marion fue el único acontecimiento planeado de antemano en su vida. “Y ese día hubo un intento de golpe de Estado en Turquía, tuvimos que cancelarlo todo”, afirma.
Desde estas bodas turcas, Marion se dice a sí misma que nunca se debe planear nada. También fue a raíz de un percance que Eva, 30 años, responsable de proyectos editoriales, dejó de planificar sus viajes. Para el 30 cumpleaños de su pareja, la joven había reservado un viaje a Islandia tres meses antes de su salida. Allí, una tormenta arruinó todos sus planes. “Nos quedamos atrapados en un pueblo con un solo hotel disponible y avanzamos a medida que se abrieron los caminos. El regalo fracasó y perdí mucho dinero”, confiesa. No lo volveremos a aceptar. Desde entonces, a quienes le piden recomendaciones para un viaje de invierno a Islandia, Eva aconseja “¡no reservar nada con antelación!”.
ESCUCHA – ¿Cómo elegir con qué amigos te vas de vacaciones?