Olivier Babeau es ensayista y presidente del Instituto Sapiens (grupo de expertos). En particular, publicó La tiranía del entretenimiento (Buchet-Chastel, 2023).
Nicolas Bouzou, ensayista especializado en economía, fundó la firma Asterès. Su último trabajo “La France de l’à-peu-près” fue publicado por Éditions de l’Observatoire.
Chloé Morin fue asesora de opinión del Primer Ministro de 2012 a 2017. Actualmente trabaja como experta asociada en la Fundación Jean Jaurès. Publicó “Tenemos las políticas que merecemos” (Fayard).
El entusiasmo por el nombramiento de Gabriel Attal como jefe de gobierno se debe en gran medida a la capacidad del nuevo primer ministro para nombrar los problemas y proponer soluciones concretas. Esta lucidez de pensamiento y coraje de expresión son, de hecho, condiciones necesarias para una acción política exitosa. ¿Serán suficientes? Desafortunadamente, está claro que la democracia francesa ha erigido durante años numerosos obstáculos a la posibilidad de llevar a cabo políticas públicas efectivas, lo que en última instancia alimenta la frustración de los ciudadanos.
La primera serie de obstáculos consiste en la increíble selva normativa que ha florecido en nuestro país, sin que jamás se haya realizado un verdadero trabajo sistemático de evaluación, a pesar de existir desde 2013 un Consejo Nacional de Evaluación de Estándares. Más de diez años después Tras el “impacto de la simplificación” prometido por François Hollande, las leyes, normas y reglamentos de todo tipo nunca han sido tan numerosos y complejos. Tanto es así que, cuando la acción pública quiere avanzar rápidamente en nuestro país (por ejemplo, para la crisis sanitaria, la preparación de los Juegos Olímpicos o la reconstrucción de Notre-Dame), ahora primero debe implementar medidas legales derogatorias. Esta es una prueba de que el derecho consuetudinario es excesivamente complejo. Bruno Le Maire ha fijado la simplificación como objetivo prioritario de su mandato ministerial. Sólo nos queda esperar que tenga los medios y el coraje para completar este proceso urgente y beneficioso. Esto será beneficioso para las empresas pero también ampliará las posibilidades de acción política.
La segunda serie de obstáculos surge de la judicialización de nuestra vida política. La acción pública queda paralizada por el riesgo jurídico, muchas veces delictivo. Como es habitual, la acción de Éric Dupond-Moretti en la justicia y su apoyo educativo se vieron considerablemente complicadas por una acusación cuya sentencia final demostró su carácter inepto. En este sentido, una de las virtudes de la entrada de Rachida Dati, ella misma acusada, en el gobierno es demostrar que existe la presunción de inocencia y que las decisiones tomadas por los magistrados no deben tener sistemáticamente consecuencias políticas. La separación de poderes es la condición sine qua non de una democracia sana; En este sentido, resulta particularmente preocupante que el poder judicial pueda dar a veces la impresión de estar jugando a la política, al hacer que las posiciones de una corporación prevalezcan sobre la voluntad del pueblo.
¿Cómo podemos entonces evitar que el ejecutivo caiga en la tentación de inmiscuirse en la justicia? La consecuencia poco destacada de la penalización de la acción pública es una cascada de aperturas en las que cada estrato de toma de decisiones busca sobre todo minimizar su asunción de riesgos, muy a menudo en detrimento de la audacia y la eficiencia. No hacer nada es menos aventurero que intentar algo. Es, además, en virtud de esta tendencia a querer evitar todos los riesgos, incluso a costa de una especie de inmovilidad mortal, que el principio de precaución se ha convertido entre nosotros en el principio de inacción, que es lo contrario de su principio primario. vocación, que es por el contrario la de fomentar la acción con conocimiento de causa.
El tercer conjunto de obstáculos consiste en comisiones, agencias independientes y otras altas autoridades públicas que se han multiplicado durante décadas, liberando a los funcionarios electos de responsabilidades y poderes que no podían o no querían asumir. Buena parte de la toma de decisiones políticas recae ahora en organizaciones que escapan a todo control democrático y, como operan en la sombra, nadie piensa en ser movido. Por ejemplo, que la Alta Autoridad para la Transparencia en la Vida Pública se arrogue cada vez más prerrogativas, mucho más allá de las previstas por el legislador, es una tendencia natural de cualquier organización, pero es hora de preocuparse.
Un último obstáculo corre el riesgo de obstaculizar el progreso del nuevo gobierno, como ocurre con todos los anteriores: una administración de alto nivel que con demasiada frecuencia considera que su trabajo es proteger nuestra democracia y nuestro Estado de derecho de un pueblo al que desprecia. ¿Cuántos ministros han experimentado este absurdo que consiste en tener que luchar contra su administración para que aplique las leyes votadas por los representantes de la Nación? Mientras algunos de aquellos cuya vocación es servir al pueblo sigan confundiendo el interés general con su propia ideología, las decisiones tomadas en las urnas sólo se traducirán imperfectamente en realidad. Una solución sería el establecimiento de un sistema en el que los líderes de cada administración tuvieran más movilidad durante las alternancias políticas.
No nos equivoquemos: la capacidad de quienes nos guían para traducir sus palabras en acción se ha convertido en un tema esencial. Éste es precisamente el punto donde surge la desconfianza y la ira de los ciudadanos y se expresa con tanta fuerza en las urnas.