Es un pequeño puerto pesquero que se ha convertido con el tiempo en un acogedor balneario en el corazón de una península paradisíaca. Desde Santo Domingo hay que dirigirse al norte de la isla hacia la provincia de Samaná durante un viaje de dos horas, antes de llegar a Las Terrenas. Olvídese de Punta Cana y sus desalmados hoteles de fábrica. Las Terrenas es todo lo contrario. Aquí se abre una larga playa de arena fina, bordeada de palmeras torturadas por los vientos, donde las familias dominicanas se relajan los fines de semana al son de la bachata y el merengue.

La cerveza nacional, Cerveza Presidente, fluye libremente. Con sus pequeñas casas de madera de colores ocre, amarillo, verde o azul, Las Terrenas parece, a primera vista, sacada de otra época, tal vez la de los taínos, o, más realistamente, alejada de la agonía de la civilización. Bueno no !

Las Terrenas se las debemos al siniestro presidente Rafael Leónidas Trujillo. El dictador, entre otros crímenes, hay que releer La fiesta de la Cabra, de Mario Vargas Llosa, para comprender mejor el drama dominicano, decidido en 1946 a expulsar a los pobres de la capital para enviarlos a fundar Las Terrenas. Allí se convierten en pescadores. Si la pesca sigue muy presente en las costas del lugar, la ciudad de unos veinte mil habitantes vive principalmente del turismo.

A diferencia de otras zonas del Caribe, Las Terrenas disfruta de un clima templado, entre 25 y 31 grados durante todo el año. Por la noche, viajeros y lugareños se reúnen en los restaurantes junto al mar. Estos establecimientos suelen pertenecer a los numerosos europeos que viven en el municipio, franceses, italianos o alemanes. Todos operan una gran cantidad de empresas u hoteles. Los canadienses huyen de los duros meses de su país para pasar el invierno en Las Terrenas. Estos son los famosos Snowbirds.

Las Terrenas también debe su prosperidad al desarrollo inmobiliario, sector en el que trabajan muchos franceses. La ciudad, como muchos otros lugares de la República Dominicana, se beneficia de una gran generosidad fiscal y el secreto de las transacciones inmobiliarias, lo que fomenta la inversión extranjera.

Investigadora y estudiante de doctorado en la Universidad Paris 3 Sorbonne Nouvelle, Laurine Chapon encontró esta pieza antológica en los archivos del ayuntamiento de Las Terrenas, que cita en una memoria: “Es la llegada de Jean le Français, en 1975 a Las Terrenas, lo que representa el cambio en la vida de la comunidad, que entonces era un pueblo de pescadores, agricultores, apicultores, con chozas, sin agua, sin electricidad, casi sin caminos y sin comunicación telefónica. Fue Juan el Francés, al atreverse a poner en marcha el hotel Tropic Banana, quien propició la modernización del pueblo”. La mitad de los franceses en República Dominicana viven en la península de Samaná. En Las Terrenas hay aproximadamente 2.500, aunque las cifras son siempre vagas, ya que los franceses en el extranjero no siempre se registran en su embajada.

La península de Samaná tiene una historia más antigua, que se remonta a los tiempos inmemoriales del encuentro entre los indios taínos y Cristóbal Colón, y luego al establecimiento de colonos franceses en 1804 que huyeron de Haití. Si el ambiente en Las Terrenas es a veces un poco colonial, como en esta panadería del centro de la ciudad, los europeos conviven allí con los dominicanos. Los moto-conchos (mototaxis) rugen por las calles. El encanto de Las Terrenas sigue muy vivo y, en general, el de la península de Samaná, donde los turistas vienen a observar ballenas jorobadas de enero a marzo, pero la ciudad ha cambiado mucho en los últimos años. Cada vez será menos ese paraíso perdido preservado durante mucho tiempo lejos de las multitudes.